Límites de la vida humana: longevos y grupos de longevos


Dr. J. R. Zaragoza

Las técnicas de prolongación de a vida o, dicho más correctamente, de prevención del envejecimiento, requieren de la máximo precisión posible de su objetivo final: ¿cuál es la edad máximo alcanzable en la especie humana? ¿hasta qué edad podemos vivir? Las consideraciones históricas, el estudio del humano como especie animal y los estudios sobre la disminución de la capacidad funcional orgánico son curiosamente coincidentes respecto o los límites de duración de la vida humana.

Introducción


Diferentes técnicas o métodos de estudio han intentado dar una respuesta aproximada sobre cuál es la máxima edad alcanzable en la especie humana. Por un lado, los testimonios históricos correspondientes a personas de extraordinaria longevidad. Por otro, el estudio del ser humano como especie animal, comparando su longevidad con la de especies más o menos afines. Finalmente, estudios sobre el decrecimiento de la capacidad funcional de los órganos, o sobre los límites de la multiplicación de células humanas (fenómeno de Hayflick) aportan datos, curiosamente coincidentes, sobre los límites de la vida humana.


Podemos vivir ciento veinte años


La conclusión más interesante de todos estos estudios -que indicamos de entrada- es que la vida humana tiene un límite máximo, situado hacia los ciento veinte años.

A esta cifra conducen, de una parte, las cifras máximas de longevidad registradas; de otras, los estudios sobre el decaimiento funcional (el envejecimiento) de los órganos con la edad, que aseguran que la "muerte biológica" es decir, la producida sólo por la involución corporal y no por enfermedades intercurrentes, ocurriría a esta edad.

Las experiencias de Hayflick con cultivo de fibroblastos humanos conducen también a esta cifra como límite de la replicación celular. Este límite se considera también el máximo admisible antes de que sobrevenga el decaimiento completo de los sistemas de integración del organismo como un todo.

Los ciento veinte años serían, pues, la meta máxima a la que podríamos llegar si utilizáramos los medios adecuados. Lo que la ciencia quiere conocer es, precisamente, cuáles son los medios más idóneos para alcanzar este límite vital en las mejores condiciones físicas, mentales y emocionales y si, por otra parte, hay medios que permitan sobrepasar este límite biológico.


Longevos famosos


Comencemos por los datos que la historia aporta sobre longevos famosos. El tema ha sido objeto de diversas recopilaciones, de las que quizá la que alcanzó más fama fue la de Eaton, Human longevity, publicada en 1799, y en la que se recogen relatos de 1.712 individuos con constancia de haber vivido al menos cien años, desde el 66 d. J.C. hasta la fecha de publicación del libro. Por desgracia, las referencias que aporta son totalmente incomprobadas, por lo que no es posible sacar de esta recopilación ningún tipo de conclusión.

De las historias individualizadas quizá la más famosa sea la de Thomas Parr, que murió, según se dijo, en 1635 a la edad de 152 años. Vivió toda su vida en el condado de Shropshire, propiedad del conde de Arundel. Al conocer su extraordinaria edad fue llevado a Londres para presentarlo al rey Carlos I, pero el cambio de aires y, sobre todo, de dieta, le afectó tanto que murió en dicha ciudad.

La historia de Thomas Parr ha gozado de mucha fama porque fue autopsiado por William Harvey, el famoso médico descubridor de la circulación de la sangre, quien confirmó la edad que se aducía. Con ello, Parr alcanzó uno de los mayores honores que puede tener un inglés: ser enterrado en la abadía de Wetsminster.

Sin embargo, y con la debida perspectiva histórica, la longevidad de Thomas Parr no se sustenta. Hoy sabemos que, en una autopsia, no hay forma de atestiguar los límites de edad que indicó Harvey. Por otra parte, el hecho de que Parr tuviera la concesión vitalicia de unas tierras y propiedades, da que pensar sobre una posible sustitución de personas (cosa, por otra parte, no demasiado rara en la época). De modo que este precedente, tan "confirmado", hay que considerarlo desde un sano escepticismo.

Otro longevo famoso fue el noruego Christian Drackenberg, que murió en 1772, según se dijo, a los 145 años. Se trataba en realidad -como en otros casos de longevidad inusitada, como el de Thomas Parr-, de las llamadas "vidas dobles" (padres e hijos, o sucesores de la misma propiedad con el mismo título). Las falacias sobre el chino Li Chung-Yung, muerto en 1933 a los 256 años, o los del ruso Shirali Mislimov, fallecido en 1973 a los 168 años, no resisten la menor comprobación, por lo que no merecen más comentarios.

Sí que es interesante intentar saber porqué se han dado tales engaños. Por una parte, está la propia vanidad de haber vivido mucho tiempo. En otros casos hay intereses de tipo económico, como seguir disfrutando de una situación que sólo tenía el padre a título personal. En el caso de los longevos del Cáucaso, los motivos de atribución de una edad superior a la real han sido variados. Primero fue, sin duda, un recurso para que no se reclutasen jóvenes (tan importantes en una comunidad agrícola) para el ejército del zar. Cuando aparecían los encargados de la recluta, bien los inscribían en los registros con una edad muy superior a la que tenían, bien adoptaban la identidad de personas fallecidas con una edad muy superior. Estas inscripciones (realizadas, suponemos, con la ayuda del oportuno soborno) sirvieron luego de base para que personas naturalmente longevas pudieran demostrar documentalmente edades desmesuradas: 140, 150 años.

Pero el Cáucaso siguió en los récords mundiales de longevidad por otros motivos: al llegar Stalin al poder, le gustaba saber que los georgianos, como él, eran longevos, y por ello se desarrolló una actividad febril para "encontrar" georgianos de edades avanzadas que le pudieran confirmar sus propios deseos de alcanzar una larga vida.

Hoy en día para figurar en los registros de longevidad se precisa -como hace el Guinness- la existencia de registros de nacimiento o documentos de valor probatorio similar (como las partidas de bautismo). La introducción del rigor histórico en las comprobaciones de edad ha reducido drásticamente la cifra de los supuestos longevos.

Basándonos en datos comprobados, la persona más longeva hasta 1995 era el japonés Shigechiyo lzumi, que murió en 1986 a la edad de 120 años y 237 días. Su edad parece estar correctamente establecida ya que, en el primer censo histórico realizado en Japón en 1871 fue inscrito con seis años. Según las declaraciones que hizo el redactor jefe del Guinness, los mejores consejos para una larga vida consisten en "no preocuparse, y dejar las cosas a Dios, al sol y a Buda".

Siguen de cerca a la longevidad de Izumí las de Fannie Thomas, estadounidense, y Pierre Joubert, canadiense, que alcanzan los 113 años. Pierre Joubert murió en 1814, y su nacimiento, hacia 1701, está bien documentado, así como las fechas de nacimiento y muerte de Fannie Thomas (1867-1981), mucho más recientes.

Aunque existen datos muy probables de que la ex-esclava estadounidense Martha Graham muríera a los 117 o 118 años, que la canadiense Ellen Carroll alcanzara a su muerte, en 1943, los 115 anos; que la abuiense Benita Madrana falleciera en 1979 con 114 años, y que otras personas en otros países alcanzaran cifras similares, el registro del Guinness no las ha aceptado por no parecer totalmente convincentes los testímonios aportados.

Así tendríamos, en el ránking de longevos, y después de Shigechiyo Izumi, resumiendo los que superan los 110 años: dos de 113; cinco de 112; cuatro de 111 y seis de 110. Del total de dieciocho, cinco son varones y trece son hembras en lo que se refiere a límites de longevidad.

Además de lo indicado, desde el año 1966 disponemos de un nuevo récord mundial de longevidad: se trata de la francesa Joanne Calment, de Arlés, con certificado de nacimiento fechado el 21 de febrero de 1875 y que, por tanto, acaba de cumplir 122 años. Su continuidad vital podrá ir proporcionando cifras cada vez superiores al límite temporal demostrado de longevidad humana.

Fuente: Sociedad Española de Medicina Estética
Copyright 2009 © S.E.M.E.
Continúa