Yo visité Ganímedes -Capítulo X-


Mundos en los que no existe la muerte


A! finalizar el capitulo anterior nos hemos referido al propósito de Edison de lograr un mecanismo para comunicarse con los espíritus de las personas fallecidas. Tal vez lo habría conseguido; pero la muerte detuvo sus investigaciones. No obstante, su afanoso empeño en tal sentido es una demostración de que aquel sabio conocía bastante ese terreno.

Y no es extraño, porque el hombre que inventara el fonógrafo, las lámparas incandescentes y más de mil otros inventos de gran utilidad para nuestra humanidad, fue miembro —en secreto como todos los demás— de la más rígida y hermética escuela iniciática entre las mencionadas en el capítulo anterior: la de "Los Caballeros de la Mesa Redonda"...

Porque en esas "escuelas", al llegar a ciertos grados, o estados evolutivos de propia superación, los más adelantados alcanzan a desarrollar la visión clarividente, no con órganos permanentes como en la humanidad de Ganímedes; pero de manera transitoria. consciente y voluntaria, con la cual pueden, también, conocer, comunicarse y actuar, hasta ciertos límites, en esa "cuarta dimensión". Y en ella comprueban que la muerte, según la conocemos, sólo existe en mundos como el nuestro, limitados por cinco sentidos y tres dimensiones...

Para poder comprender la gran amplitud de ese complejo fenómeno de la Vida que en nuestro mundo llamamos "la muerte", es indispensable conocer una serie de factores que intervienen en su desarrollo, verdades cósmicas íntimamente ligadas al sabio proceso de la Evolución Universal, que obedeciendo a las Grandes Leyes del Cosmos, buscan facilitar el alcance de la Perfección a todos los seres que viven y se desenvuelven en los vastos confines del Universo Integral.

Como una explicación detallada del tema requeriría, por si sola, de un amplísimo volumen; y teniendo en cuenta que tales verdades cósmicas han sido enseñadas desde antaño por todas las escuelas esotéricas ya mencionadas, existiendo una abundante bibliografía de distintas épocas para ilustrar a quienes lo deseen, nos concretaremos a presentar, ahora, un simple bosquejo esquemático, una síntesis clara pero sencilla, lo suficientemente explícita para que los profanos alcancen a tener una idea básica de los fundamentos sobre los que gira todo el proceso de la Evolución de la Vida en el Cosmos, pero sin ir más allá de los límites de un boceto elemental.

Los que, después de leer esto, desearan ampliar sus conocimientos sobre el tema, pueden encontrar en todas las bibliotecas y librerías especializadas en asuntos de metafísica y ciencias esotéricas, gran cantidad de libros que se ocupan, detalladamente, de este estudio.

Debemos comenzar por enunciar (para los profanos) que en el Cosmos, o sea el Universo Integral, todo evoluciona desde los aspectos o formas más simples, hasta los más complejos y avanzados niveles de Vida o de Existencia. En todos los reinos de la Naturaleza, y en todos los planos, mundos o dimensiones de la misma, se cumple esta eterna y gran verdad cósmica. Esta ley del Universo tiene su máxima expresión en la sapientísima fórmula que nos legara, hace miles de años, el padre de toda la formidable cultura esotérica del antiguo Egipto.

Hermes Trismegisto, uno de los grandes maestros extraterrestres mencionados en la primera parte, cuando escribió, para todas las Edades: "Como es Arriba, es Abajo"...

Y esto ha sido comprobado, con el correr de los siglos, por los más connotados sabios de la Tierra. Quería decir que así como la vida se manifiesta en lo más pequeño, en lo más íntimo y oculto del Universo y del Cosmos, así también actúa en lo más grande, en lo más evidente y magno de toda la Creación. Ejemplos, científicamente comprobados, existen por millares. Basta con uno solo, pero de fuerza contundente.

Los átomos son verdaderos sistemas planetarios microscópicos, en donde las fuerzas y energías cósmicas y universales actúan de la misma manera que en esos otros átomos gigantescos, los magnos sistemas estelares o familias planetarias que pueblan los espacios infinitos...

Y otra de esas grandes verdades eternas es que nada se destruye totalmente. La Materia y la Energía pueden manifestarse en las más variadas formas, en la$ múltiples fuerzas que mueven los más variados mundos y a todos los seres que en ellos evolucionan. Nuestra ciencia, igualmente, ha comprobado esta otra ley universal. La Materia y la Energía pueden transformarse hasta lo infinito. Manifestarse en los niveles más distantes de la Vida, actuar y trabajar desde los aspectos microscópicos incalculables hasta las magnitudes astronómicas también inalcanzables, todavía, por nosotros...

Pero jamás se destruyen totalmente; aunque en apariencia creamos que un fenómeno determinado ha ocasionado la destrucción de cierta forma de materia o de energía, la ciencia nos demuestra que sólo ha habido un cambio, una transformación. en nuevos elementos o compuestos, en nuevas fuerzas o manifestaciones de energía, que siguen existiendo y trabajando en ese infinito e inconmensurable Sendero de la Vida Eterna...

Y la Muerte, que para los profanos de un tipo de mundos como el nuestro, ciego todavía para muchos aspectos de esa Eterna Vida, es la destrucción final, el término de la vida, es en realidad, una de aquellas transformaciones, fenómeno magistral con el que la Sabiduría Suprema proporciona al Ser las oportunidades necesarias de progresar, evolucionar desde los niveles ínfimos de primitivas existencias, hasta los más altos peldaños en esa escala que se manifestara en el sueño simbólico a Jacob, como alegoría del eterno camino de la evolución, sendero de la Vida, en que todos los seres van avanzando desde los estados más ínfimos hasta las supremas cumbres luminosas de la Sabiduría, del Poder y del Amor.

Y ese progreso paulatino, ese "Largo Camino de la Evolución", no puede alcanzarse en una sola existencia.

Basta mirar el mundo que nos rodea, con todas sus desigualdades, con todos sus extremos y contradicciones, con diferencias tan grandes entre unos y otros seres, para comprender que ese proceso de superación, si es cierto, no se puede lograr en el corto lapso de una vida. Por muchos que sean los años en la existencia de un hombre, es imposible que un salvaje, como los primitivos habitantes de las cavernas trogloditas, llegue a convertirse, en tan corto lapso, en un sabio como Edison, Einstein u otros tantos, o en un santo como Francisco de Asís, pongamos por caso.

Pero la misma historia nos demuestra que los pueblos han evolucionado, como evolucionaron los hombres. Y si los hombres han ido progresando desde los tiempos cavernarios, y si la humanidad, pese los muchos defectos que aún tiene, ha llegado hasta niveles de civilización tan altos como hoy ocupa, es lógico pensar que ese proceso de superación se cumple, y si se cumple, tiene que obedecer a un plan determinado, a un sistema en que se manifiesta una inteligencia capaz de proyectarlo, y a la concurrencia de un poder suficiente para mover las fuerzas que pongan en acción tan complicado plan.

Y si el plan tiene éxito, si esa humanidad va saliendo de los ínfimos niveles del salvajismo y alcanzando etapas cada vez más superadas, tenemos que aceptar que la inteligencia y el poder del proyectista han sido tan grandes como para transformar a toda una humanidad y cambiar todo un mundo.

Ahora bien, si ese proceso de superación constante, o fenómeno de evolución, vemos que se manifiesta no sólo en nuestro mundo sino en otros, como el caso que venimos estudiando en este libro, ante la innegable presencia de seres más adelantados que nosotros, tenemos que reconocer, pese a cualquier escepticismo —por consigna o por capricho— que esa inteligencia y poder de tan magno proyectista llega a otros mundos, a otras humanidades, con la misma potencia y la misma sabiduría comprobadas por nosotros.

Quien ha podido planear tales procesos y realizar sus planes con los efectos que evidencia cada caso, demuestra, innegablemente, la existencia de un ser o seres capaces de dirigir y controlar la vida en cualquiera de los mundos que integren nuestro sistema solar. Tal poder y tal sabiduría, lógicamente, supera todo nivel humano... Por tanto aquel ser, al que hemos presentado en el ejemplo como "el proyectista", podemos darle cualquier nombre, sin alterar en nada la existencia de tan supremas facultades.

Y nuestra humanidad, como también la de Ganímedes, lo han llamado DIOS...

En ambos mundos el concepto sobre DIOS implica la suprema sabiduría, la omnipotencia infinita, la suprema Bondad y el supremo Amor. Y ahora cabe preguntarse: Un Ser con tales atributos ¿sería capaz de hacer, a capricho, tan tremendas injusticias como nos muestran las enormes desigualdades reinantes en la humanidad que conocemos?... ¿es posible concebir a DIOS como la Suprema Perfección, al contemplar en nuestro mundo a seres de tan distinta condición, de tan extremos y apartados medios de vida, con tan opuestas facultades: perpetuos mendigos y afortunados millonarios; ignorantes y analfabetos frente a sabios de todo tipo; criminales empedernidos y hombres o mujeres cuya bondad y altruismo alcanza a la santidad; tiranos todopoderosos y humildes siervos oprimidos... toda esa polifacética expresión de nuestra humanidad, con sus vicios y virtudes, arrastrándose en el camino de la vida...?

Este doloroso panorama ha hecho dudar a muchos de la existencia de DIOS... Muchos ateísmos se han basado, precisamente, en el elevado anhelo de una mayor justicia, de una mejor nivelación, Y al no lograr la explicación razonable, cayeron en el rechazo de todo concepto de la Supremacía Divina y de la negación absoluta de esos mundos superiores predicados por las religiones...

Pero la respuesta a sus anhelos y preguntas estuvieron, siempre, en las profundas lecciones de esas escuelas iniciaticas, tantas veces mencionadas. En las antiguas y siempre nuevas enseñanzas que, al darnos el conocimiento de otros planos, de otros mundos y dimensiones en que se desenvuelve la Vida, y todas las fuerzas y leyes del Cosmos, explican, ampliamente, el por qué de ese acertijo.

En una sota existencia no se puede dar el gigantesco salto desde el primitivo salvajismo en que «tuvieran sumidos los contemporáneos del Pitecantropus Erectus, de los "Hombres de Cromagnón o del Neardenthal" hasta los de nuestro siglo XX. Esto es obvio.

Pero si pensamos que un espíritu cualquiera pueda disponer de tiempo, de los siglos indispensables para el lento desarrollo de toda la conformación, fisiológica y psíquica, que vaya transformando, poco a poco, todo el conjunto para poder adquirir los conocimientos que han de convertirse luego en facultades, desde las más simples y groseras formas de pensamiento, de asimilación de experiencias y de transmutación de efectos progresivos, hasta los niveles de nuestra humanidad contemporánea, llegaremos a aceptar que ese proceso, aunque sea milenario, sí puede ser un verdadero camino de superación, comparable, dentro de la máxima hermética, al proceso cultural que sigue cualquier hombre, en el corto lapso de una sola existencia para llegar a capacitarse en determinada actividad, empleo o profesión, con miras a un mejor nivel o standard de vida.

Esto significa la necesidad de aprender. Cambiar la ignorancia por el saber, por la adquisición de todos los conocimientos requeridos por la meta ambicionada, Y así, el niño ingresa en una escuela en donde adquiere, año tras año, la instrucción básica o primaria. Según sea la meta que se propone alcanzar, tendrá que seguir estudiando más o menos años, para aprender todos los cursos que la profesión, empleo u oficio pretendidos le exijan.

Es el común y siempre repetido camino que todos han seguido y siguen.

Y si comparamos este diario y general proceso de superación personal, en una simple existencia, o sea en lo pequeño, con la evolución progresiva que pueda transformar a ese salvaje cavernario en un sabio del siglo XX, pongamos por caso, estamos enfocando, en realidad, los amplios y profundos alcances que en este campo tiene aquella sabia fórmula de Hermes:

"Como es Arriba, es Abajo".

Para obtener los conocimientos necesarios relativos a una determinada actividad, en el corto lapso de una "encarnación" (o manifestación de la vida del espíritu dentro de cierto límite de tiempo, en un determinado espacio y forma de materia) pueden vastar los años que dure esa existencia.

Pero si pensamos en la Sabiduría Absoluta, en el Poder Supremo Universal y en la Perfección, que es la meta macrocósmica del Ser Humano, hemos de comprender que sesenta, ochenta, cien o más años son muy pocos para poder conocerlo todo, adquirir la absoluta experiencia de todo el Universo Integral... los más sabios, entre todos los sabios de la Tierra, conocen muy bien cuánto les falta aún por aprender con sólo referirnos a los limites de nuestro sistema solar...

Si recordamos que nuestro sistema planetario es nada más que uno de los muchos millones de sistemas que forman el conjunto de astros de una sola galaxia: nuestra Vía Láctea.

Y que igual sucede en los miles de galaxias y nebulosas ya conocidas por la Astronomía, tenemos que rendirnos a la evidencia de que por mucho que se haya avanzado y se avance en la ciencia de este mundo, siempre hay y habrá un "más allá", porque sólo somos como una pequeña gota de agua en ese océano inconmensurable de la Vida que es el Cosmos...

Y para llegar, por lo menos, a conocer todo lo referente a nuestro pequeño sistema planetario ¿cuánto nos falta aprender todavía, pese a los milenios con que cuenta nuestra civilización? ¿cuántos millones y millones de años necesitaremos, si pretendemos extender nuestra sabiduría hasta los insondables limites de nuestra "Vía Láctea", o de las demás galaxias cuya presencia nos muestran los más modernos telescopios electrónicos...?

Pero la existencia de ese otro mundo habitado. La sabiduría alcanzada por los hombres de Ganímedes, y sus periódicas visitas a la Tierra, vienen hoy a demostrar muchas de las grandes verdades cósmicas que, desde antaño se enseñara en el seno de aquellas fraternidades ocultas, de esas "escuelas esotéricas" a que nos hemos referido.

Y una de las más comunes lecciones, la que podríamos llamar piedra fundamental de toda esa enseñanza, es la "Ley Cósmica de la Evolución Progresiva" de todos los seres y de todos los mundos, planos y dimensiones, en un eterno proceso hacia la Perfección Absoluta,.. Y como esto no lo puede lograr, nadie, en una sola existencia, llegamos al punto de explicar, también, cómo se desarrolla el proceso dentro de los Planes Cósmicos, o Divinos, para dar a todos, sin excepción, las oportunidades que requiera el largo peregrinaje a través de todo el Universo, hasta conquistar las cumbres gloriosas de la Luz, de la Verdad y de la Vida...

El desarrollo de tal proceso nos enfrenta con otra de las grandes verdades cósmicas: La de la pluralidad de existencias o "Ley de la Reencarnación".

Para comprenderla, vamos a usar, de nuevo, el ejemplo de los estudiantes comunes de los centros de instrucción repartidos en todo nuestro mundo. Según sea la meta que sé propone un estudiante, así ha de ser el tiempo que le demande el aprendizaje de los cursos requeridos, y la práctica o experiencia que los capaciten, eficientemente, en la actividad escogida.

Esos cursos y esa experiencia le han de tomar determinado tiempo. Más o menos años, según sea la importancia de los conocimientos necesarios y su aplicación al trabajo propuesto. Cada año de estudios, en este símil de la vida diaria, podemos compararlo, en la escala cósmica y en la proporción que la fórmula de Hermes nos indica, a una "encamación" en determinado mundo.

Vale decir al curso de una existencia, en determinadas condiciones de vida, para adquirir los conocimientos necesarios, o experiencia, acerca de esa forma de vida, de ese tipo de mundo o ambiente, dentro de los límites calculados por el volumen y calidad de las lecciones que se deba aprender, todo ello enmarcado entre las medidas de tiempo, espacio, materia y energía que constituyan el "programa de estudio", comparable al volumen de cursos que lleva en determinada clase y tiempo el estudiante de la vida diaria común.

Así como éste, s¡ atiende sus lecciones y trabaja con esmero, logra aprobar sus cursos y puede pasar, el próximo año, a una clase superior, o si es flojo, despreocupado y no estudia, será aplazado, tantas veces cuantas falle en el debido aprovechamiento; de igual modo, en esa Gran Escuela de la Vida que es el Cosmos, todos los espíritus tienen que afanarse por aprender, avanzar y superarse en procura de niveles cada vez mayores, en todas las actividades, en todos los campos del saber y del actuar con eficiencia.

Como el estudiante del ejemplo chico, si aprovechan bien su tiempo, ello les representará un progreso cada vez más sólido, más elevado, más noble y poderoso, a medida que vayan subiendo los peldaños de la simbólica "escala de Jacob".

Si cumplen a la perfección un "programa de estudios" (valga la expresión), pueden pasar a otro programa superior, como el alumno que aprobó sus exámenes. Pero si ha fallado en algunos puntos, o en todos, tendrá que repetir, tantas veces como sea necesario, porque en esa "Escuela de la Vida" que es el Cosmos no se puede engañar ni escudarse en "padrinos" o en "varas" complacientes.

Cada uno es el único responsable de su triunfo o su fracaso...


La Reencarnación

Hemos visto que, en conformidad con la "Ley Cósmica de la Evolución Progresiva" todos los mundos y todos sus habitantes marchan por aquella "senda" o proceso de superación, a través de constantes mutaciones, cambios y depuraciones, hacia la meta de la Perfección. Esto es un axioma cósmico.

Pero la primera valla que se le presenta al profano para entender tal proceso es su creencia en que sólo se vive un vez. La dificultad radica en el desconocimiento de lo que podríamos llamar la "mecánica" de ese proceso. Es natural el escepticismo en quienes ignoran cómo estamos formados todos los seres humanos, y cuáles son los medios que la Naturaleza emplea para realizar tan magno y sapientísimo trabajo.

Comencemos por describir, elementalmente, la conformación integral del sujeto evolucionante. Para ello tenemos que partir de la base fundamental, ampliamente explicada por la metafísica y la psicofísica del Cosmos, que toda entidad viviente, para poder actuar eficazmente en determinado plano de la Naturaleza, o mundo, requiere de un cuerpo construido con el tipo de materia correspondiente a ese mundo.

En nuestro mundo, la Tierra, tenemos el cuerpo físico visible y tangible; pero el espíritu, que pertenece a un tipo de mundo o plano muy distinto y superior, porque entre aquel y el nuestro existen más de siete dimensiones, cada una de ellas conformada por diferentes grados o tipos de substancia, no puede actuar en el plano físico Inferior si no posee todos los cuerpos que. escalonadamente, le permitan desenvolverse con toda eficacia a través de tal gradación de planos, entre el suyo y el de la materia física por nosotros conocida.

Como esto resulta bastante complicado para quienes no estén suficientemente versados en el tema, simplificaremos la exposición agrupando toda esa serie de cuerpos, de los que sólo son visibles para nuestros sentidos el más bajo o de primer plano, el de carne y hueso como lo llama el vulgo, y en cierta manera, en condiciones especiales, el segundo, o cuerpo etérico.

Este es una reproducción exacta de todos los órganos o partes que forman nuestro cuerpo visible, pero constituido por materia de tipo mucho menos densa, algo así como la mate-ria de que están formadas todas las ondas que se utilizan para la radio, televisión, radar, etc. No las vemos, pero sabemos que existen y las evidenciamos y utilizamos en diferentes usos. Así mismo. el cuerpo etérico puede evidenciarse de maneras diferentes y hasta llega a ser visible, por algunos con cierto adiestramiento de la vista, como una sutil fosforescencia en la obscuridad.

Su misión es captar las diferentes formas de energías cósmicas y sotar, vivificando todo nuestro sistema celular, el cual es impregnado a través de la constitución molecular de todos los órganos y de todos los tejidos, fluidos y demás que integran el cuerpo físico visible. Todos habrán sentido, alguna vez. el común fenómeno de adormecimiento de un miembro. "Se me durmió la mano o el pie" —decimos— al notar ese órgano pesado, insensible, paralizado momentáneamente.

Ello se debe a que, de momento, el cuerpo elenco se ha separado en esa región del cuerpo físico. Esto es, también la base de la anestesia, ya sea por medios químicos, magnéticos o psíquicos, los cuales al separar al etérico de alguna porción de nuestro organismo, o totalmente en el sistema nervioso. alejan toda sensibilidad.

Este cuerpo etérico también es conocido como "cuerpo vital" pues vitaliza, permanentemente, al físico al absorber y transformar las energías ya mencionadas, canalizándolas hacia todos los órganos del mismo. Y además sirve de puente o enlace con el inmediato cuerpo superior, en ese entrelazamiento o compenetración magistral de todos los elementos, cuerpos o vehículos de vi. da y de inteligencia, que permiten al espíritu participar del conocimiento y de la actividad de los diferentes planos de existencia entre su mundo y el de la materia inferior.

Aquel otro elemento cósmico, o vehículo intermedio, es quizá uno de los más importantes del conjunto: se trata del alma, Para los profanos resultará muy confuso todo esto. La mayoría de las gentes confunde "alma" con "espíritu". Son dos cosas o elementos diferentes. El espíritu es mejor llamarlo "Ego" (del latín) o "Yo". Es el "Yo Supremo", consciente, inmortal.

El que actúa, estudia y aprende. El que decide y adquiere, para siempre, toda la experiencia de su peregrinaje por la Senda de la Vida. Porque todos los conocimientos que se aprende, en todos los campos de experimentación, planos o mundos, y en todas las materias y sus diferentes grados, son asimilados por el Ego, quedando grabados en su conciencia para siempre, perpetuamente, pues siendo inmortal, al ser una emanación de la Fuente Eterna de la Vida o DIOS, una vez "nacido" o creado, vive a perpetuidad, hasta regresar y confundirse en la Eternidad con Su Padre Eterno.

Por eso es que el Espíritu necesita evolucionar, aprender todo lo relacionado con el Universo y con el Cosmos, conocer y experimentar todas las formas de vida, todas las grandes verdades o leyes cósmicas y universales, probar y manejar sabiamente cuantas fuerzas y energías actúan y se mueven en ese conjunto infinito, y de tal suerte, alcanzar la Perfección Suprema, única manera de poder regresar al Seno de Su Padre...

El Alma es solamente uno de los mencionados cuerpos, o vehículos. que sirve de puente o lazo intermedio entre lo que podíamos llamar "el reino del espíritu" o plano del Ego, y el plano de la materia más densa, nuestro mundo. Pero su importancia es muy grande por ser el elemento que. en todo el conjunto constituido por el hombre, es el que norma, dirige y controla todas las emociones, deseos y pasiones del sujeto.

Toda la vida emocional. todos los pensamientos, ambiciones, acciones y relaciones del hombre con el ambiente que lo rodea y con sus habitantes, sean éstos otros hombres o seres de reinos inferiores o superiores, son realizados a través de este cuerpo, influidos por él y dominados por la acción del mismo, y de las demás entidades vivientes que tienen su asiento en el plano correspondiente al tipo de substancia y a las frecuencias vibratorias de ese mundo, substancias y frecuencias vibratorias que tienen que formar parte del vehículo al ser construido dentro del conjunto integral del ser humano al comenzar una existencia. El alma es conocida con varios nombres entre las distintas escuelas esotéricas.

Las escuelas orientales, por lo general, la denominan "cuerpo astral" por ser el centro que más capta las influencias cósmicas de los diferentes sistemas estelares cercanos a nosotros. Otras escuelas como las rosacruces, lo llaman "cuerpo de deseos" o "vehículo emocional". Y su mundo, o plano de la Naturaleza, "Plano Astral", "Mundo del Deseo" o la "Cuarta Dimensión"...

Tal cuerpo y su correspondiente plano son, como dijimos, el puente inevitable o lazo ineludible entre el cuerpo físico y su contraparte etérica, y ese otro conjunto superior de vehículos —entre los que se encuentra la Mente, y su respectivo plano— que le sirven al Ego para poder manifestarse y actuar en ese peregrinaje periódico en busca de conocimientos y experiencia en su largo viaje por la senda de la vida y de la evolución. Hemos dicho que íbamos a aclarar el concepto sobre la muerte; y en todo este libro sólo nos interesa lo relacionado con la civilización de Ganímedes.

Por tanto no nos ocuparemos de aquel grupo de cuerpos superiores al "astral" o alma, pues con él tenemos suficiente para la explicación que nos interesa desarrollar. Los demás planos y sus correspondientes vehículos en el hombre, podemos agruparlos en tomo de la Mente para no complicar más el entendimiento de nuestros lectores con asuntos relacionados con la Vida más allá de la Cuarta Dimensión.

Cuando nace un ser humano en un mundo como la Tierra, tiene en sí mismo toda la serie de vehículos, o cuerpos, íntegramente compenetrados unos en otros, pues al ser cada uno de diferentes densidades, sus constituciones moleculares, de distinta graduación en substancia y en frecuencia vibratoria, permite el perfecto y estable acoplamiento y funcionamiento de todo el conjunto, dentro de los niveles que a cada plano le corresponden.

Hemos dicho que el Ego no pierde ni olvida nada de lo aprendido en cada existencia.

Pero esto se manifiesta, sólo, cuando el Ego se encuentra libre de los lazos de todo ese conjunto de cuerpos. Porque cada uno de ellos, por sutiles que sean los superiores, vienen a representar, en cierto modo, una limitación a la plenitud de facultades del espíritu. Y las más fuertes de esas limitaciones las ofrece el cuerpo físico, por la extremada condensación de sus materiales.

Es como si un hombre cualquiera tuviese que actuar en un medio ambiente metido en una pesada armadura, o dentro de varias escafandras superpuestas que limitarían grandemente la libertad y ligereza de sus movimientos. Además, al nacer con un cerebro nuevo no puede traer a ese cuerpo nuevo la memoria del pasado, porque el cerebro como si fuera una máquina electrónica, grabadora o computadora, solo puede saber lo que ha recibido en conocimiento y trabajo durante su existencia. Y ese cerebro no existía en las vidas anteriores, sino otros cerebros que se desintegraron al morir.

Y esta es la clave de todo el proceso de la Reencarnación. Como un cuerpo físico no pueda alcanzar más que limitados períodos de tiempo, y esos lapsos no bastan para adquirir la sabiduría, no digamos del Cosmos; ni de un sólo mundo en su totalidad, no hay otro m^dio para el Ego que cambiar de cuerpo una vez que el que estaba empleando ya no sirva.

El cuerpo físico, igual que toda máquina, se desgasta con el tiempo y el trabajo. Llega a resultar inútil con las enfermedades y la vejez, y su ocupante, el espíritu, se ve forjado a abandonarlo al término de esa existencia, que fue en realidad un "programa de estudios" como vimos en el ejemplo anterior de las clases y de los alumnos.

Ha llegado el momento de la partida. Esto es la Muerte. Al paralizarse el funcionamiento de la máquina por falla de alguna de sus piezas más debilitadas, o por cualquiera otra de las muchas causas que pueden intervenir en el deceso, comienza un proceso inverso al que sirvió en la construcción de todo ese conjunto. El cuerpo vital o etérico deja de funcionar y toda la estructura física, al faltarle su energía, entra en un período de desintegración total.

El Ego, después de un lapso de más o menos 20 a 30 horas, tiempo en la cual descansa en una situación parecida a un sueño profundo, requerida por la Naturaleza para permitir que el Ego asimile y fije en su memoria perpetua el total de las experiencias pasadas en esa existencia que acaba de terminar, se desprende del cuerpo físico llevando consigo a todos los demás vehículos enlazados a él por el cuerpo astral, o alma. Desde ese momento su actividad se desarrolla en la Cuarta Dimensión.

Sin embargo, según haya sido la influencia que la vida en el mundo físico tuviera para él, discurrirá algún tiempo recorriendo los lugares en que acostumbrara actuar durante la existencia que acaba de terminan Este período puede ser más o menos largo, de acuerdo con el grado de evolución alcanzado por el Ego, y generalmente es motivo de gran confusión para el mismo, pues al no tener ya el cuerpo de materia física resulta enteramente invisible, inaudible e intangible para los demás seres encamados.

Pero él, por la visión espiritual que posee, y manteniendo aún toda la gama de los demás cuerpos desde el astral, se ve, se siente, piensa igual como era hasta antes de morir y esto le produce una rarísima impresión de supervivencia, que en los menos adelantados no les permite comprender, al principio, la realidad de su nuevo estado. Al dirigirse a todas las personas con quienes alternara en esa encarnación y no ser percibido por ellas pasa por una larga serie de situaciones incomprensibles que pueden ser motivo de sufrimiento en mayor o menor grado.

Por eso es que todas las religiones piden a sus feligreses alejarse de los "lazos de la Materia"; pero son muy pocas las que explican el fenómeno en su positiva realidad. Tal situación, además, es la real explicación de muchos fenómenos telepáticos y apariciones post mortem, ya que en ese período el Ego, impulsado por vehemente deseo de comunicarse con los suyos, consigue muchas veces (aunque no posea todavía la clave para hacerlo) que la sutil materia de su cuerpo astral llegue a condensarse por la fuerza mental que su anhelo está generando en todo el conjunto de cuerpos que todavía lo acompañan, y esa condensación cuando alcanza los límites de la materia física, asume formas visibles y audibles para nuestros sentidos.

La aparición y los efectos sonoros son captados por las personas en el plano físico y tal fenómeno explica la presencia y realidad de tantos hechos a los que la humanidad encarnada ha denominado, vulgarmente, "fantasmas".

Tal materialización puede repetirse y obtenerse, voluntariamente, cuando el Ego conozca las leyes cósmicas y las fuerzas que en ellas intervienen. Pero en la generalidad de los casos, en los primeros días o meses posteriores al deceso, de ocurrir, obedecen únicamente al tremendo esfuerzo volitivo del Ego por comunicarse con los suyos en la Tierra, y en tales casos resulta un fenómeno fugaz, pues al faltarle el conocimiento y el poder necesarios para su logro consciente, sólo es el efecto de una materialización fortuita ocasionada por un despliegue, ciego, de las energías que intervienen en aquel proceso.

A medida que corre el tiempo, el Ego, siempre envuelto por el conjunto de sus otros vehículos atados por la fuerza del cuerpo astral, o alma, desarrolla su vida en los dominios de la Cuarta Dimensión, hasta que llegue el momento en que pueda liberarse, también, de los lazos que lo atan a ese mundo, y partir hacia los mundos superiores.

Pero esto lo vamos a explicar en el capítulo siguiente.