El fin de las armas nucleares (3)


por Joseph Cirincione
"Política Exterior" nº125, Septiembre/Octubre 2008 (revistasculturales.com)


La amenaza que representaban estos pocos Estados y la posibilidad de que transfirieran la tecnología a terroristas era el grito de guerra. Ex presidentes como Clinton se referían a la amenaza "de la proliferación de armas nucleares, biológicas y químicas", pero Bush cambió la semántica y todo el alcance de la no proliferación cuando dijo: "El mayor peligro al que se enfrentan EE UU y el mundo son los regímenes ilícitos que pretenden conseguir y poseen armas nucleares, químicas y biológicas". Cambió el centro de atención del "qué" al "quién". Ya se habían sentado los cimientos para la "guerra preventiva". La guerra de Irak fue la primera aplicación práctica de esta estrategia radical de cambio de régimen. Resultó que estaba llena de fallos y tuvo unas consecuencias nefastas.

Bush afirmó que Irak estaba produciendo armas nucleares, químicas y biológicas y que pretendía usarlas y/o transferirlas a grupos terroristas. La guerra comenzó en marzo de 2003. Después de los primeros meses, empezaron a extenderse por Washington voces que hablaban de pasar a Teherán, Damasco e incluso Pyongyang. La insurgencia iraquí paralizó la reconstrucción y puso de manifiesto la falta de previsión en la planificación previa a la guerra. El cambio de régimen como herramienta de la no proliferación resultó ser cara, difícil de manejar e impredecible. Era evidente que la guerra no había conseguido su principal objetivo, asegurar armas no convencionales, y que este fracaso se debía al hecho de que en Irak no había programas de armas nucleares, químicas o biológicas en marcha. El gobierno acabó admitiéndolo a finales de 2004.

Cinco años después sigue habiendo tropas estadounidenses en Irak, la guerra de Afganistán no marcha bien, Bin Laden sigue en libertad y el apoyo de la opinión pública para seguir en Irak flaquea. El 60 por cien de los estadounidenses considera que la guerra fue un error, el 80 por cien cree que su país está siguiendo el camino equivocado y la popularidad del presidente Bush ha caído en picado a un mínimo histórico de tan sólo el 23 por cien, según diversos sondeos de abril y julio pasados.

La mayoría de los expertos está de acuerdo. En el plano global, las amenazas terroristas han aumentado, al tiempo que se han abandonado los programas para asegurar las armas nucleares no controladas. El rechazo y la negligencia frente a los tratados internacionales han debilitado la seguridad y la legitimidad de EE UU. En la actualidad, la mayor parte de los problemas en torno a la proliferación que heredó el gobierno han empeorado. La doctrina de cambio de régimen de Bush está muerta.


Un llamamiento al desarme


La siguiente tendencia nació como respuesta a las políticas fallidas de la guerra preventiva. Cada vez hay más voces que piden una nueva campaña en favor de la eliminación total de las armas nucleares. Lo que resulta aún más alentador es que estos llamamientos no provienen sólo de la izquierda, sino de la propia élite de seguridad estadounidense. Las voces que más se oyen en la apelación bipartidista son las de George Schultz y Henry Kissinger, ex secretarios de Estado, ambos republicanos, así como de William Perry, ex secretario de Defensa, y Sam Nunn, ex presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, ambos demócratas. Estos veteranos de la guerra fría presentaron su plan en favor de un mundo sin armas nucleares en dos artículos de opinión en The Wall Street Journal en enero de 2007 y enero de 2008.

Todos ellos proponen una serie de pasos prácticos hacia la eliminación, entre los que se encuentran reducir radicalmente los arsenales nucleares de EE UU y de Rusia, prohibir completamente los ensayos de todo tipo de material explosivo, asegurar con rapidez todo el material para evitar el terrorismo nuclear y retirar la alerta inmediata de los misiles estadounidenses y rusos, de modo que un presidente tenga más de 15 minutos para decidir si debe iniciar el Apocalipsis o no. Estos ex funcionarios, apoyados por antiguos miembros de gabinetes republicanos y demócratas de gobiernos que se remontan hasta el del presidente Richard Nixon, reconocen que la estrategia actual no ha funcionado. Esta es una de las razones por las que realistas como Kissinger han llegado a la conclusión de que debemos transformar "el objetivo de un mundo sin armas nucleares en una empresa práctica entre las naciones".

Este paso inauguró un espacio político para que otros se inclinaran por una agenda de seguridad más progresista. Después de que Perry, Schultz, Kissinger y Nunn realizaran este histórico llamamiento, hubo otros que acomodaron su paso al de los nuevos generales del control de armamentos. Cerca del 70 por cien de los hombres y mujeres que han ejercido el puesto de secretario de Estado, de Defensa o de asesor de Seguridad Nacional y que siguen con vida están hoy a favor de la eliminación total de las armas nucleares. Cuando desempeñaban su cargo, todos y cada uno de estos responsables defendían la fabricación y el despliegue de armas nucleares. Ahora ponen en tela de juicio la necesidad militar de las 10.000 armas en EE UU, 14.000 en Rusia y las 1.000 que existen en conjunto en otros siete países. Esta política está en sintonía con los deseos del pueblo estadounidense, ya que, según las encuestas, el 70 por cien está a favor de la eliminación de las armas nucleares. Ninguno de estos expertos en seguridad cree que la tarea de la eliminación vaya a ser fácil. Tiene que estar minuciosamente orquestada y exigirá la cooperación de todas las naciones, pero consideran que es una batalla que merece la pena librar. No son los únicos. Docenas de instituciones de investigación, grupos de defensa y fundaciones están estudiando o defienden la transformación completa del régimen nuclear global, como, por ejemplo, el International Institute for Strategic Studies, el Council on Foreign Relations, el Monterey Institute for International Studies y la Federation for American Scientists.


Las estrellas y los líderes se alinean


La última tendencia -y probablemente la más importante- son los cambios radicales en el liderazgo de las principales naciones del mundo. En 2009, cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, siete miembros del G-8 y una serie de Estados con un peso internacional destacado habrán nombrado a nuevos presidentes y a primeros ministros en los últimos dos años. Entre ellos: Australia, Chile, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Japón, Pakistán, Rusia, Corea del Sur, EE UU y, posiblemente, Israel e Irán.

El nuevo primer ministro británico, Gordon Brown, prometió: "Estaremos al frente de la campaña internacional para acelerar el desarme entre los Estados que poseen armas nucleares, para evitar la proliferación (...) y para lograr en última instancia un mundo en el que no haya armas nucleares".