El fin de las armas nucleares (2)


por Joseph Cirincione
"Política Exterior" nº125, Septiembre/Octubre 2008 (revistasculturales.com)


No sorprende que otras naciones intenten imitar -a escalas más reducidas- los programas de EE UU y Rusia. Irán, con 3.500 centrifugadoras que no paran de girar en la central de Natanz, se acerca cada mes que pasa a la capacidad de enriquecer uranio para obtener combustible nuclear (o para fabricar bombas nucleares). Pero, ¿qué quiere Irán en realidad? Es probable, tal como señalaba en noviembre de 2007 la Estimación de Inteligencia Nacional (que reúne a todos los servicios secretos de EE UU) que "las decisiones de Teherán se basen en un cálculo de coste-beneficio más que en la prisa por conseguir un arma sin tener en cuenta los costes políticos, económicos y militares". Según el informe, a Irán todavía le faltan entre cinco y diez años para tener la capacidad de fabricar material para una bomba nuclear. Aun así, los temores que despierta la amenaza de un Irán nuclear no se calmarán fácilmente. Las posturas agresivas adoptadas por varios líderes mundiales durante el verano de 2008 no han mejorado la situación. Las amenazas de emplear la fuerza no han disuadido a Irán y, de hecho, el programa se aceleró después de que EE UU invadiera Irak, y muchos en Irán utilizan esa guerra como prueba de que no se puede confiar en las naciones occidentales, en concreto en EE UU.

Lo que funcionaría con Irán es lo mismo que ha funcionado para reducir otras dos amenazas en los últimos cinco años: las negociaciones directas. En 2003, Libia concluyó años de negociaciones para llegar a un acuerdo con EE UU y Reino Unido para poner fin a su programa nuclear. A cambio de garantías de seguridad y de incentivos económicos, el líder libio, Muammar el Gaddafi, puso fin a toda la investigación armamentística y ahora mantiene unas relaciones diplomáticas normales con la mayoría de los países. Una estrategia similar está funcionando con Corea del Norte, que probó un misil en 2006. Después de cinco años de políticas que intentaron -sin éxito- coaccionar a Pyongyang, la administración Bush cambió acertadamente de rumbo y empezó a negociar directamente con Corea del Norte a través del grupo de los seis (China, Japón, Rusia, EE UU, Corea del Sur y Corea del Norte). La nueva estrategia ha funcionado, y el país está destruyendo partes de su reactor para producir plutonio en lugar de detonar bombas atómicas. El acuerdo no es perfecto y, probablemente, pasarán años hasta conseguir un informe completo de todo el inventario y de las exportaciones de Corea del Norte y desarmar el país, pero la dirección es la correcta. La amenaza de Corea del Norte se está reduciendo en vez de aumentar.

Pero no es una cuestión que afecte únicamente a los "Estados rebeldes". De hecho, es posible que el mayor peligro provenga no de un adversario, sino de un aliado. La crisis política en Pakistán a finales de 2007 puso de relieve el peligro nuclear más inminente. Con un gobierno inestable, un militar impopular en la presidencia del país, material suficiente para fabricar entre 60 y 100 bombas atómicas, fuertes influencias fundamentalistas islámicas en el territorio y grupos islámicos armados -incluido Al Qaeda- dentro de sus fronteras, Pakistán podría convertirse en el país más peligroso de la Tierra.

El ejército pakistaní controla las armas y el material nuclear por ahora, pero un aumento en la inestabilidad podría dividir al ejército o "distraer" a los soldados que vigilan el material armamentístico, lo que podría provocar un ataque. Es en Pakistán -y no en Irak ni en Irán- donde Osama bin Laden tendría más probabilidades de hacerse con un arma nuclear.


Una política fallida


La segunda tendencia es el hecho de que los expertos, los estrategas y la opinión pública reconocen que las políticas recientes de EE UU han aumentado los peligros nucleares. El eje de la política de Bush era mantener la supremacía de EE UU con un arsenal nuclear reducido pero todavía grande, nuevas armas nucleares (como el "revientabúnquer nuclear" o la astutamente llamada "cabeza nuclear fiable de repuesto"), el rechazo de los tratados que limitan la libertad de acción de EE UU y la acción militar preventiva contra Estados hostiles. Pero las amenazas nucleares se multiplicaron a medida que se evaporaba la confianza en el liderazgo estadounidense. La estrategia de no proliferación de EE UU y sus aliados de 1945 a 2000 tuvo éxito en general. Ocho Estados adquirieron armas nucleares, pero ninguna se utilizó, a pesar de que hubiera situaciones como la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, y los incidentes en Kargil de 1999 y 2001 entre India y Pakistán que amenazaban con desatar una guerra nuclear. A pesar del éxito general de la estrategia de no proliferación de EE UU, recibió duras críticas en el periodo previo a las elecciones presidenciales de 2000. Desde el punto de vista de sus detractores, los 183 países que carecían de armas nucleares quedaban eclipsados por unas pocas naciones que estaban intentando conseguirlas. Defendían una estrategia más contenciosa con estos Estados e insinuaban que el planteamiento que había contribuido a controlar la proliferación nuclear ya no era práctico ni útil.

Cuando Bush llegó a la presidencia en 2000, se rodeó de docenas de funcionarios que consideraban que la tediosa diplomacia y los tratados internacionales no eran lo mejor para la seguridad de EE UU. Entre los tratados que se descartaron estaban el Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares (CTBT, en sus siglas en inglés), el Tratado sobre Misiles Antibalísticos, el Tratado sobre Minas Terrestres y, más recientemente, una prohibición internacional de las bombas de racimo. Los responsables del gobierno Bush sostenían que los tratados y las prohibiciones de armas restringirían innecesariamente al ejército estadounidense y debilitarían su capacidad para mantener el orden global. Afirmaban que era imposible verificar tratados como la Convención sobre Armas Químicas y la Convención sobre Armas Biológicas, y que no estaban consiguiendo evitar ni la fabricación ni la distribución de armas químicas y biológicas. Además, los neoconservadores que asumieron el control de la administración Bush alimentaron un miedo que se desató a raíz del 11-S, e insistían en presentar a EE UU como la víctima de grupos y naciones empeñados en poner al país de rodillas.

La estrategia preferida de Bush era el cambio de régimen. El poder y el juicio estadounidenses servirían como sustituto de los tratados internacionales y de la diplomacia multilateral. El vicepresidente, Dick Cheney, afirmó: "No negociamos con el mal; lo derrotamos". En lugar de considerar toda proliferación como algo problemático, el gobierno sostenía que había una proliferación buena y otra mala. Aunque aceptaban que India y Pakistán tuvieran armas nucleares, los programas en naciones posiblemente hostiles se calificaban de inmediato de amenazas graves. Los primeros obtenían acuerdos comerciales, y los segundos serían eliminados.