El fin de las armas nucleares (1)


por Joseph Cirincione
"Política Exterior" nº 125, Septiembre/Octubre 2008 (revistasculturales.com)


Instituciones y líderes de izquierda y derecha de todo el mundo piden una nueva campaña para la eliminación total de las armas nucleares. Las políticas de Bush y la amenaza terrorista han aumentado los peligros nucleares. Es hora de aprobar una agenda de seguridad progresista.

El mundo está adentrándose en un momento único que podría revolucionar la política nuclear global. Durante 63 años hemos vivido con la posibilidad de que se produjera una aniquilación nuclear, primero de ciudades, luego de naciones y después de todo el planeta. Los arsenales atómicos globales se han reducido a la mitad a lo largo de los últimos 20 años, la guerra fría ha terminado, pero la amenaza de un atentado nuclear sigue siendo tan grave como siempre.

Un pequeño mecanismo nuclear, similar al que se utilizó sobre Hiroshima, podría borrar del mapa una ciudad mediana. La mayoría de las armas nucleares desplegadas en la actualidad son al menos 10 veces más poderosas que la bomba que cayó sobre Hiroshima. Un ataque nuclear, ya sea por parte de un Estado o de un grupo terrorista, mataría a cientos de miles de personas, provocaría un miedo paralizador y alteraría las condiciones políticas, económicas y medioambientales de todo el planeta. Evitar cualquier uso de armas nucleares debería ser la principal prioridad de la seguridad internacional.

Tras ocho años de discordia política y de preocupaciones por los nuevos programas de armas, vuelve a haber esperanza. Cuatro tendencias convergen para crear una masa crítica que permita una reducción drástica de las armas nucleares e incluso su eliminación.

La primera tendencia es el agravamiento de las amenazas nucleares existentes. Entre estas amenazas se encuentran la posibilidad de que un grupo terrorista pueda hacerse con un arma nuclear y utilizarla; los peligros de un uso accidental o no autorizado de algunas de las 26.000 armas nucleares existentes que poseen nueve naciones en la actualidad; los intentos de unos cuantos países -principalmente Irán y Corea del Norte- por desarrollar sus propias armas nucleares; y el posible descalabro del Tratado de No Proliferación (TNP) y la consiguiente cascada de proliferación en todo el mundo.

La mayor amenaza es el terrorismo nuclear. Algunos miembros del servicio secreto de Estados Unidos concluyeron en una declaración ante el Senado en febrero de 2005 que la política de Washington en Oriente Próximo ha estimulado el sentimiento antiestadounidense y que la guerra de Irak ha proporcionado a los yihadistas nuevos adeptos que "saldrán de Irak entrenados y centrados en actos de terrorismo urbano". Después de la invasión de Irak, los atentados terroristas aumentaron en todo el mundo y Al Qaeda ganó influencia y partidarios. Así, según datos del departamento de Estado y el Centro Nacional de Antiterrorismo, en 2002 el número de incidentes terroristas internacionales "de importancia" fue de 136; 175 en 2003; y 651 en 2004.

Al mismo tiempo, las armas y los materiales se aseguran a un ritmo más lento del esperado. La cantidad de material nuclear asegurado en los dos años que siguieron al 11-S fue, en el mejor de los casos, la misma que en los dos años anteriores a los atentados, tal como recogen los estudios de Matthew Bunn y Anthony Wier (Securing the bomb 2005: the new global imperatives) y otros realizados en la Universidad de Harvard y el Consejo de Seguridad Nuclear de EE UU. Toneladas de material utilizable para fabricar armas siguen estando mal vigiladas en Rusia y en docenas de países. El director de la CIA, Porter Goss, afirmó en su declaración ante el Senado en febrero de 2005 que no podía asegurar al pueblo estadounidense que parte del material que faltaba de los emplazamientos nucleares rusos no hubiera llegado a manos terroristas.

Si seguimos como hasta ahora, será sólo cuestión de tiempo que la demanda terrorista se encuentre con la oferta nuclear. El ex secretario de Defensa William Perry afirmaba en 2005: "Nunca he tenido más miedo a una explosión nuclear que ahora mismo [...] Hay una probabilidad superior al 50 por cien de que se produzca un ataque nuclear sobre objetivos estadounidenses en el transcurso de una década".

También existe el riesgo derivado de las miles de armas existentes. La guerra fría ha terminado, pero las armas desarrolladas en ese periodo permanecen, al igual que los planteamientos de la guerra fría que hacen que miles de ellas estén en alerta inmediata, preparadas para ser lanzadas en menos de 15 minutos. En enero de 2008, el arsenal estadounidense contaba con cerca de 10.000 armas nucleares; unas 3.600 están desplegadas en misiles balísticos intercontinentales Minuteman; en una flota de 12 submarinos nucleares Trident que patrullan el Pacífico, el Atlántico y el Ártico; y en los bombarderos B-2 de largo alcance. Rusia tiene un mínimo de 14.000 armas, con 3.100 en sus misiles SS-18, SS-19, SS-24 y SS-27, en 11 submarinos nucleares Delta que llevan a cabo patrullas limitadas con las flotas del Norte y del Pacífico desde tres bases navales y en bombarderos Bear y Blackjack.

Aunque la Unión Soviética se desmoronó en 1991 y el presidente de EE UU y el de Rusia se consideran amigos, Washington y Moscú siguen manteniendo y modernizando sus ingentes arsenales nucleares. En julio de 2007, justo antes de que el presidente ruso Vladimir Putin se fuera de vacaciones con George W. Bush a Kennebunkport (Maine), Rusia probó con éxito un nuevo misil integrado en un submarino. Este misil lleva seis cabezas nucleares y tiene un alcance de 9.650 kilómetros , es decir, que está diseñado para atacar territorio estadounidense, incluido, casi con seguridad, objetivos en el Estado de Maine donde veraneaban los presidentes. Por su parte, la administración Bush aprobó planes para producir nuevos tipos de armas, empezar a desarrollar una nueva generación de misiles, submarinos y bombarderos nucleares y ampliar el complejo de armas nucleares estadounidense para producir miles de nuevas cabezas si fuera necesario.

Pese a la importancia de la decisión tomada conjuntamente en 1994 por los presidentes Bill Clinton y Boris Yeltsin de no seguir poniéndose el uno al otro en el punto de mira de sus armas, la declaración tuvo pocas consecuencias prácticas. Las coordenadas de los objetivos se pueden cargar en los sistemas de guía de una cabeza nuclear en cuestión de minutos. Las cabezas nucleares se quedan en los misiles en un estado de alerta elevado, similar al que mantuvieron en los momentos más tensos de la guerra fría. Esto incrementa enormemente el riesgo de un lanzamiento no autorizado o accidental. Como no se ha incluido un tiempo de precaución en el proceso de toma de decisiones de cada Estado, este nivel extremo de disponibilidad aumenta la posibilidad de que uno de los presidentes pueda ordenar de forma prematura un ataque nuclear a partir de información secreta errónea.