Yo visité Ganímedes -Capítulo XVIII-


El juicio final -sus causas-


Para poder llegar a una cabal comprensión de lo que se explica en este capítulo, es preciso haber estudiado detenidamente el contenido íntegro de todos los capítulos precedentes, pues si alguien pretendiera leerlo por anticipado se encontraría con serias dificultades para interpretar, correctamente, una gran mayoría de los aspectos esotéricos sustanciales del proceso cósmico al que se refiere, sintéticamente, la Biblia al hablar del Juicio Final.

Y como en todo ese proceso van a jugar un papel de trascendental importancia los superhombres del Reino de Munt, quien leyera esta parte del libro sin haber conocido cuanto se explica en las partes anteriores, se encontraría sin base ni razones para comprender cuanto vamos a detallar ahora con relación al “Final de los Tiempos” que empieza a desarrollarse en los días que estamos viviendo...


Sus causas

En primer lugar, debemos recordar, en toda su magnitud, la esencia pura de la misión crística. El Sublime Espíritu de Cristo descendió a la Tierra para sentar las bases en que habría de sustentarse una nueva civilización, la transformación total de un mundo y de una humanidad. Su doctrina de amor y confraternidad estaba llamada a reemplazar todos los conceptos, todas las ideas fundamentales sobre las que cimentaba el mundo antiguo sus instituciones, fueran éstas de orden político, social, económico o religioso.

La humanidad de este planeta había conocido el desarrollo de vanas razas; había vivido en diferentes formas de organización, y desarrollado numerosos niveles de cultura. Sus creencias religiosas pasaron, también, por múltiples aspectos en la progresiva evolución que ya todos conocemos. Las costumbres y normas de vida y de relación entre los seres humanos, alejándose del salvajismo y de la barbarie, requerían, ya, bases de moral más elevadas, conceptos más puros y avanzados, instituciones más perfectas, para encauzar a este mundo hacia niveles superiores de civilización.

Y dando el ejemplo con su vida y con su muerte, dejó Cristo en la Tierra el nuevo mensaje, el Mandamiento de Amor y de Confraternidad en que resumía toda la Ley Antigua, llamando a los hombres a considerarse y tratarse como hermanos. Así marcaba el nuevo paso que esta humanidad habría de dar para subir a los niveles de la Vida donde pudiera realizarse la gran transformación de este planeta en morada propicia en la que fuera posible establecer “Su Reino de Amor y de Armonía”...

Van a cumplirse dos mil años y ¿cuáles son los resultados? ¿Avanzó, positivamente, nuestra humanidad, por el sendero luminoso que Aquel Maestro le trazara?

Una observación detenida y minuciosa del panorama actual basta para darnos la respuesta. Y esa respuesta, salvo muy contadas excepciones, ejemplos que por la enorme desproporción al compararlos con la generalidad resultan pequeños y escasos, nos demuestra un balance negativo y una lamentable pérdida de tiempo que pudo ser mejor aprovechado, si la mayoría de esta heterogénea humanidad no hubiese persistido en afirmarse en tradicionales errores, fruto de las bajas pasiones tan arraigadas en casi todos, y que al final de este ciclo son las verdaderas causas que, en la Cuarta Dimensión y Planos Superiores, generan hoy los efectos fenoménicos del proceso evolutivo que tratamos de explicar.

Al ocuparnos de la Cuarta Dimensión en los capítulos precedentes, explicamos, aunque someramente, es necesario para comprender cómo se desenvuelven y actúan las fuerzas y energías de ese plano cósmico, o mundo del alma, que gobierna, invisiblemente, toda la vida en nuestro planeta. Su estudio y conocimiento prueban que, en verdad, en esos planos de la Naturaleza, imposibles de captar por los cinco sentidos comunes pero directamente accesibles por el sexto y demás sentidos, —aunque lo nieguen los materialistas— tienen lugar todos los fenómenos de acción y reacción que operan las Grandes Fuerzas Cósmicas directivas de la Vida en los planos físicos de la Materia o mundo visible.

Y si en éste se generan fuerzas negativas, fenómenos de desequilibrio que rompan la necesaria armonía del conjunto, las reacciones, lógicas y naturales de tales desequilibrios y desarmonías, serán tanto más grandes cuanto sean la magnitud y alcances de los errores cometidos.

¿Es lógico pensar que pueda establecerse un mundo de Paz y de Amor, universal mente extendido y unánimemente aceptado y puesto en práctica, por nuestra humanidad? ¿Podrían reinar la armonía y el perfecto equilibrio en la Tierra, tal como hoy se encuentra?... ¿No es verdad que la violencia, la codicia y el odio acaparan al mayor número de sus habitantes y aumentan, día a día, en intensidad y en todas las múltiples expresiones de su destructora furia?...

Lejos de tender a la unión fraternal, los hombres y los pueblos se separan más y más, divididos por las ideas políticas, por la economía y hasta por las mismas religiones. La experiencia terrible de las dos guerras mundiales que sufriera en este siglo nuestro mundo, lejos de haber sido lecciones elocuentes para un definitivo acuerdo entre todas las naciones, fue a manera de laboratorio gigantesco en donde se buscaron nuevos elementos y técnicas de destrucción, en el satánico afán de exterminio que hoy nos lleva, inexorablemente, al estallido cercano de la última conflagración general que se produzca en el planeta.

Sabemos, perfectamente, cómo se está preparando la tercera guerra mundial. Ya se perfilan, con toda claridad, los contendientes. Las tres más grandes potencias mundiales poseedoras de fuerza atómica y termonuclear, se aprestan, febrilmente, para el dantesco encuentro. Pero la fértil imaginación del Dante no llegó, ni llegaría, jamás, a vislumbrar lo que será, en verdad, el choque final de los titanes mundiales que hoy se disputan el dominio absoluto del planeta.

De nada valen las diplomáticas y superficiales entrevistas y conversaciones de estadistas, que, en el fondo, sólo alcanzan a realizar acuerdos incompletos, ambiguos, muchas veces débiles, y al final, estériles, porque no logran, ni lograrán obligar a todos los pueblos a un desarme efectivo, mundial, verdaderamente total... Y ese desarme no puede lograrse, porque siempre reina la desconfianza, generada por el convencimiento general de la ausencia de una moral elevada que permitiera a los hombres cambiar de métodos y de estructuras en la pacífica convivencia internacional.

Y esta misma convivencia no sería posible, mientras no desaparecieron las fronteras y los nacionalismos. Y estas barreras ideológicas generadas por los más variados intereses, disimulados en fórmulas chauvinistas para ocultar los beneficios de grandes grupos encubiertos en la maraña internacional, tampoco podrán desaparecer en un mundo concebido, aún, sobre fórmulas que pudieron ser útiles en tiempos remotos, pero que en una humanidad amenazada por las fuerzas cósmicas del átomo, resultan ya obsoletas...

El viejo aforismo romano: “Dividir para reinar” ha continuado imperando en la Tierra, procurando favorecer el establecimiento de pequeños organismos nacionales, de estados minúsculos con aparente independencia y soberanía, en vez de grandes bloques continentales, como en el caso de la América Latina y del África.

Si las antiguas colonias hispanas, al separarse de Esparta, hubieran constituido una gran confederación, ya que tenían todas las condiciones que geográficamente, y dentro de una misma historia común, poseían la misma lengua, las mismas costumbres y tradiciones, la misma raza, la misma religión, el mismo origen y los recursos económicos similares, para haber formado un poderoso estado, no se hubieran dividido, otro habría sido el porvenir de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas al haberse unido en una sola y gran nación.

Pero esto no convenía, entonces, a los poderosos intereses de las grandes potencias mundiales, pues es mucho más fácil dominar a un grupo de pequeños pueblos, fomentando y estimulando la ambición de núcleos separados que los dirijan, que se convierten así en condescendientes aliados o servidores de las grandes naciones, a tener que habérselas con uno o dos gigantescos bloques, difíciles de manejar en el complicado concierto internacional por su mismo poder. Y esto mismo está sucediendo en el confuso panorama político de las antiguas colonias africanas...

El egoísmo y la avaricia han dominado, hasta ahora a nuestra humanidad. Y si sumamos la soberbia, la envidia, el odio y la lujuria, cuyas poderosas influencias están manifestándose con caracteres cada vez más alarmantes en todos los pueblos de la Tierra en el presente siglo, tenemos que rendirnos a la evidencia del fracaso de nuestra actual civilización en los campos de la moral, de la superación intelectual, mental y espiritual, que pudieran permitir, a corto plazo, un cambio substancial de estructuras y de conceptos ideológicos favorable para el ideal crístico del advenimiento de un reino universal de paz, de amor y de armonía fraternal en el planeta.

El asombroso desarrollo científico y técnico de los últimos lustros de esta centuria, lejos de acercarnos a ese ideal, nos muestra, peligrosamente, el encausamiento de la inteligencia en este mundo hacia un tipo de humanidad gobernada por seres similares al superhombre imaginado por el filósofo alemán Federico Nietzche.

El fantasma de supersabios dotados de un enorme poder científico, pero desprovistos de toda consideración moral o sentimiento humano elevados, que usarían de su ciencia pora dominar al mundo y convertir a los millones de habitantes de la Tierra en simples muñecos vivientes, esclavos inconscientes de un reducido grupo de superhombres nietzcherianos, que tendrían poder absoluto sobre la mente y la voluntad de todos los seres, convertidos por su satánica ciencia en verdaderos robots humanos...

Tan aterrador panorama no es ya un mito. Puede ser alcanzado en sólo veinte artos más. Ya se conoce, en el secreto de los laboratorios militares, sustancias que pueden lograr tan diabólicos resultados. Se ha llevado a cabo experimentos que permiten calcular el dominio de la mente y de la conciencia de los habitantes de ciudades enteras, aunque sean tan grandes como Nueva York o Tokio. Y se estudia el alcance de tales efectos, que todavía serían por períodos transitorios, mientras dure la acción tóxica de aquellas sustancias, para lograr métodos más refinados capaces de asegurar, con toda garantía, la transformación de la personalidad o control permanente de la vida psíquica del sujeto a largos plazos...


¿Cuánto demoraremos para presenciar o sufrir los resultados macabros de tan abominables propósitos?

Seguramente el tiempo preciso para que uno de los titanes que se afanan en conseguir la supremacía, en el colmo de su demencia bélica, se considere lo suficientemente fuerte y preparado para aplastar, por sorpresa, al adversario...

Y esta carrera de locos en que ya se han empeñado los más poderosos pueblos de la Tierra, va a tener su desenlace fatal en un lapso muy cercano. De nuevo, por desgracia para millones de inocentes, nos vemos obligados a recordar que las tantas veces mencionadas profecías de la Gran Pirámide no se equivocaron, ni una sola, en la larga lista de predicciones que durante seis mil años han marcado el curso de la presente humanidad.

Y que en ese misterioso monumento de granito rojo se señala el año de 1975 como el comienzo de la diabólica crisis...