Yo visité Ganímedes -Capítulo XVII-


Una civilización que agoniza


Es posible que a muchos les parezca absurdo cuando se expresa en el capítulo anterior. Otros encontrarán lógicas muchas de esas explicaciones. Y algunos, quizás más de los que podamos suponer, comprenderán toda la verdad encerrada en tan sorprendentes revelaciones.

Todo está en relación directa con el grado evolutivo en que se encuentren, porque en una humanidad tan heterogénea como la nuestra podemos apreciar hoy, todavía, los exponentes de todos los niveles de la cultura simbolizados en aquella escalera del sueño de Jacob que iba desde el suelo hasta los cielos...

Nadie negará que en la Tierra, pese a estar llegando a la etapa de la conquista del espacio sideral, poseemos ejemplares de todos los tipos comunes de la evolución humana: desde los más primitivos salvajes que aún abundan en diversas regiones del globo, hasta los depurados ejemplos de elevada moral y brillante genio que han marcado o marcan rumbos a la superación integral de sus congéneres.

Y esto, que motiva una serie de desarmonías y desequilibrios para la misma convivencia de los hombres y de los pueblos en el planeta, es una de las causas primordiales del gran fenómeno cósmico en gestación en los planos superiores que, a partir de la Cuarta Dimensión, están desarrollando todo el conjunto de elementos, fuerzas y energías de todo orden que habrán de producir los profundos cambios, las formidables mutaciones y dantescos reajustes previstos en los Planes Cósmicos de nuestro sistema solar para la nueva estructuración de la Vida en este planeta.

Quienes hayan tenido oportunidad de estudiar lo que la metafísica enseña al respecto, en sus clases más avanzadas, no se sorprenderán de nada. Y los que pudieron leer, alguna vez, obras serias relacionadas con las sabias enseñanzas de la Gran Pirámide de Egipto, sabrán ya cuanto se prepara y se viene realizando, desde el comienzo de este siglo, como prólogo de los tremendos acontecimientos que habrán de cambiar por completo la faz del globo terráqueo y todas las estructuras, instituciones, ideas y hasta la vida misma en este mundo, en el breve lapso que nos separa de aquella fecha mencionada en el capítulo anterior: el año 2001...

Para quienes se interesen en conocer abundancia de detalles al respecto, les recomendamos leer una de las obras más completas y mejor documentadas que se haya publicado hasta hoy. Se trata de un libro reciente del profundo escritor mexicano Rodolfo Benavides y lleva por título “Dramáticas Profecías de la Gran Pirámide”. Nos hemos permitido mencionarlo, aún cuando no tenemos el honor de conocer a tan esclarecido maestro azteca, porque en todas sus magníficas obras publicadas y extendidas por diferentes países, brilla la Luz de los Planos Superiores...

En cuanto a la serie de cambios trascendentales que han de tener lugar en los últimos decenios del presente siglo, muchos de ellos han comenzado a manifestarse ya, y los síntomas tradicionales y característicos precursores de las grandes mutaciones que sufrirá el planeta, pueden ser reconocidos fácilmente por quienes conozcan el proceso evolutivo de la .Tierra y las profundas transformaciones operadas en ella a través de los millones de años de su existencia como tal.

Para los menos enterados sobre el tema hemos de recordar cuanto la ciencia nos enseña en los campos de la Geología, Paleontología, Antropología, Sociología e Historia, y muy especialmente en los terrenos de la Biología, de la Física y la Química, para poder adentrarse en la moderna Cibernética, en un esfuerzo por comprender las estrechas relaciones de la Metafísica y de la Mitología, con los actuales adelantos de la Física moderna y de la Astronomía, si queremos alcanzar una correcta interpretación de todo el conjunto fenoménico actual y su íntima y lógica relación con las vinculaciones tan estrechas entre la evolución de nuestra humanidad y esa otra humanidad extraterrestre a la que nos venimos refiriendo.

Para los hombres de ciencia no es ningún secreto el hecho de que todas las grandes civilizaciones han seguido un ciclo evolutivo comparable al proceso vital de los seres humanos como individuos: nacimiento, infancia, juventud, madurez, ancianidad y muerte. La Historia nos lo demuestra. Y ese proceso, general para todos los pueblos y todas las civilizaciones que han pasado por la Tierra, ha coincidido, varias veces, con profundos cambios operados en la corteza terrestre, cambios algunos de tal magnitud que llegaron a modificar la fisonomía geográfica del planeta, como lo han comprobado la Geología, la Paleontología y la Arqueología en numerosas ocasiones.

Y la metafísica nos enseña que las grandes transformaciones operadas en el globo terráqueo, comprobadas por las otras ciencias, han obedecido a fuerzas hasta hoy no identificadas ni en su verdadera identidad ni en la magnitud exacta de su tremendo poder, dentro de ciclos repetidos periódicamente, algunos de los cuales se han desarrollado entre lapsos de tiempo que por la igualdad en su extensión denotan la presencia de causas ocultas que actuarían sincrónicamente produciendo efectos similares ante la repetición de situaciones fenoménicas también semejantes, y todo ello enmarcado por un proceso cíclico de evolución general del planeta.

A esto se refiere aquella cifra misteriosa que hemos mencionado varias veces en los capítulos anteriores: el guarismo 28.791 ¿Qué significa este número?

Es la suma de años en que se desarrolla uno de aquellos ciclos evolutivos, conocidos en las escuelas esotéricas como “Revolución Cósmica”, o sea el período de tiempo durante el cual tienen lugar una serie de fenómenos encaminados a favorecer el progresivo desenvolvimiento del planeta y de sus habitantes, desde las formas inferiores hasta las superiores, como vimos en capítulos anteriores.

Tal proceso tiene lugar dentro de ciclos en los cuales se manifiestan determinadas características, circunscritas por el desarrollo de fuerzas de la Naturaleza que van gestando paulatinamente los diversos cambios, y que son normadas por leyes fijas que obedecen a impulsos y energías provenientes de los planos superiores, o dimensiones como viéramos al ocuparnos de la “Cuarta Dimensión”, por lo que generalmente, presentan características semejantes, en la manifestación de sus efectos, ante la concurrencia de factores, también semejantes, y en plazos iguales en duración, por la concordancia de influencias astrales poderosas que tienen su máxima expresión dentro de ciertos límites de tiempo, fijos, por obedecer a la sincrónica marcha de los astros que forman nuestro sistema solar y sus relaciones con otros sistemas vecinos en la galaxia a la que pertenecemos, o sea la Vía Láctea.

Es por eso que cada 28.791 años, se presentan condiciones similares, cambios profundos en la vida y población del globo, fenómenos geológicos y transformaciones trascendentales, que influyen poderosa y drásticamente en toda la topografía de la Tierra, y por ende en la marcha progresiva de sus pobladores, con la consiguiente marca inevitable sobre el desarrollo de las civilizaciones o formas de vida inteligente que hayan alcanzado a producir.

El final del ciclo anterior tuvo lugar en la época en que desapareció bajo las aguas del Pacífico la Lemuria, fenómeno mencionado anteriormente al ocuparnos de las razas. Y en esa ocasión, también, se manifestó la presencia en el cielo de un astro gigantesco a cuya tremenda influencia se debió, entre otros efectos, ía desaparición de la segunda luna terrestre, la modificación del eje de rotación de nuestro planeta y todos los cambios geológicos, climáticos y geográficos de que nos hemos ocupado en ese capítulo.

Ahora, igualmente, para el final de este siglo tendremos la visita del planeta frío al que se refiere la Biblia en el Apocalipsis con el nombre de Ajenjo, planeta gigantesco de otro sistema estelar al que nos hemos referido anteriormente con el nombre de Hercólubus, perteneciente al sistema planetario desconocido por muchos de nuestros astrónomos, pero que en Ganímedes conocen como el de la estrella Tila, cuyas descomunales dimensiones pueden imaginarse al saber que Hercólubus, uno de sus planetas, es tres veces más grande que el planeta Júpiter, el gigante de nuestro sistema solar, y que su órbita en torno a su estrella primaria, Tila demora casi catorce mil años de los nuestros.

Si tenemos en cuenta que este lapso representa, aproximadamente, la mitad del tiempo señalado por aquella cifra de 28.791 años, y que el gran cataclismo representado por la destrucción de la Atlántida, mencionado en la tercera parte de este libro, tuvo lugar, más o menos, en una época cercana a la mitad de aquel ciclo, no es aventurado pensar que la repetición del fenómeno sideral correspondiente al paso periódico de tan gigantesco astro cerca de nuestro sistema planetario, haya tenido una directa y poderosa influencia en la realización de la susodicha catástrofe.

Es fácil suponer los efectos de la nueva visita de Hercólubus, que esta vez pasará a una distancia aproximada de un millón y medio de kilómetros de la Tierra, ha de ocasionar a nuestro planeta. La formidable inducción electromagnética del gigantesco astro invertirá los polos magnéticos terrestres y volverá a cambiar el eje de rotación, con lo que los polos geográficos tornarán a mudarse de posición.

Esto producirá una serie de cataclismos descomunales: hundimiento y elevación de continentes enteros, como ya pasó con la Lemuria y con la Atlántida, transformación completa de mares, cursos de agua y cordilleras en todo el mundo, desaparición de extensas zonas continentales que quedarán sumergidas, y afloramiento de otras porciones, hoy submarinas, que emergerán para formar nuevas islas y continentes distintos a los actuales... ¡Una verdadera revolución cósmica de la corteza terrestre...!

Pero todo eso vendrá a ser el final de los tremendos cambios que sufrirá la Tierra, como crisis postrera del ciclo a que nos estamos refiriendo. Antes, nuestra actual humanidad habrá presenciado y sufrido las consecuencias catastróficas del proceso evolutivo que todas las diversas fuentes de predicciones mencionadas en el curso de esta obra vienen señalando para esta etapa, y que en el lenguaje bíblico se llama “El Fin de los Tiempos”.

Es conveniente recordar que todas las profecías, de distinta época u origen, como la de la Gran Pirámide de Egipto, la del Rosacruz Nostradamus, las de Daniel en el Antiguo Testamento, las de los Caballeros de la Mesa Redonda, el Apocalipsis de San Juan, las predicciones de la moderna Orden de Acuarius, y por último, la tercera profecía de la Virgen María a los pastorcitos de Fátima, que fue retenida por las altas autoridades eclesiásticas y guardada en reserva por el Vaticano, con la promesa de comunicarla al público treinta años después y que habiendo vencido este plazo con exceso no ha sido, hasta ahora, dada a conocer, por los terribles vaticinios que encierra para toda la humanidad, coinciden, en todo, con las revelaciones que hoy nos llegan desde Ganímedes, sobre la realización efectiva, en estos últimos veintinueve años del presente siglo, del apocalíptico proceso evolutivo que se está cumpliendo en la Tierra como síntesis cósmica del “Fin de los Tiempos” a los que se refieren, en símbolos y complicadas alegorías, las visiones de San Juan en la isla de Palmos y el mensaje de Cristo referente al “JUICIO FINAL”.

Todo el caótico panorama que nos muestra nuestro mundo en la actualidad, no es otra cosa que el conjunto fenoménico de síntomas reveladores, para los entendidos, de los días postreros de una civilización que está agonizando. Y el retorno, después de muchos siglos, de las astronaves del Reino de Munt, tiene la más íntima relación con todo aquel proceso, porque ahora, como en otros tiempos, aquella super-raza viene de nuevo, en cumplimiento de una trascendental Misión emanada del Reino Central de nuestro sistema solar, a tomar parte activa en el desenvolvimiento final de la Era que termina para la actual humanidad de la Tierra, y en la preparación del planeta para el cumplimiento de la Promesa Crística de establecer su Reino en este mundo...

Vivimos, pues, el final de otro ciclo de 28.791 años, que esta vez coincide con el más profundo de los cambios operados, hasta ahora, en las diferentes eras precedentes. Y la trascendencia cósmica del fenómeno es tal, que en él intervendrán factores de todo orden: Astronómicos, Geológicos, Espirituales, Antropológicos y Biológicos, Psíquicos y Mentales, Físicos y Químicos, Terrestres y Extraterrestres, porque esta vez terminan, para siempre, una civilización, una humanidad y un mundo, que van a ser reemplazados por otra humanidad y otra civilización, en un mundo regenerado y nuevo, capaz de recibir Aquel Reino que Cristo prometiera...