Yo visité Ganímedes -Capítulo XIII-


El "Reino de Munt"


Su Organización Política, Social y Económica

Hemos visto que la humanidad establecida en el satélite de! planeta Júpiter conocido por nosotros con el nombre de Ganímedes, denomina a su morada sideral como “Reino de Munt”.

Consideramos interesante saber el origen de tal nombre, porque también contribuye, en cierta forma, al conocimiento del pasado de esa raza y a la comprobación del desarrollo evolutivo de la misma, que en algunos aspectos podremos comparar con el de nuestra humanidad.

La tradición histórica de ese pueblo nos refiere que, hace más de diez mil anos de los nuestros, cuando todavía existía el Planeta Amarillo al que hemos hecho mención en otros pasajes de esta obra, y que, al desintegrarse, diera lugar al “Cinturón de Asteroides" que hoy gira en tomo al Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter, los habitantes de aquel planeta se repartían entre los dominios de dos grandes reinos, o imperios, que en el transcurso del tiempo, después de etapas remotísimas en las cuales existieran otras divisiones estatales, o naciones, que en largos períodos de luchas y guerras, llegaron a unificarse en aquellos dos grandes bloques-potencias, las que habiendo alcanzado un notable adelanto en todos los aspectos de su civilización, poseían ya los secretos de la Naturaleza que hoy tenemos en la Tierra y comenzaban a utilizar el sexto sentido y todas las fuerzas derivadas del mismo.

Alcanzaban ya al dominio del espacio y habían desarrollado modelos de astronaves que, sin ser tan perfectas como las actuales, eran más poderosas y versátiles que las que hoy tenemos en la Tierra. Con ellas pudieron visitar diferentes mundos en nuestro sistema solar, conociendo desde tan remotos tiempos, la constitución de los planetas y satélites y las formas de vida o existencia que en ellos se desarrollaban.

Uno de esos grandes imperios, el originario de la raza que hoy reside en Ganímedes, era gobernado entonces por un gran rey, de nombre Munt, hombre de sabiduría excepcional y notables poderes suprafísicos, quien era asesorado por un consejo de sabios y evolucionados maestros, impartiendo a su pueblo una amorosa y patriarcal dirección. Ambos reinos vivían, ya, dentro de un equilibrio de fuerzas que diera por resultado una larga etapa de paz y de común entendimiento, porque sabían que su poder y sus formidables medios de ataque ocasionarían la aniquilación total en el problemático suponer de un choque entre ambos.

El Rey Munt, que alcanzara una existencia equivalente a varios siglos de los nuestros, llegó a conocer con mucha anticipación, el tremendo cataclismo cósmico que se estaba gestando en las entrañas de su planeta. Asesorado por los otros sabios de su elevado Consejo, comprobó en el plano físico y en los otros planos suprafísicos, la exactitud de sus cálculos y sus apreciaciones, llegando a fijar matemáticamente las fechas en que se realizaría el terrible fenómeno.

Su extraordinaria longevidad, pues aún estaba joven, relativamente, le permitieron elaborar todos los planes y tomar todas las providencias necesarias para evacuar a los habitantes del Planeta Amarillo antes de la catástrofe. Esta iba a producirse un siglo después. Munt y sus colaboradores inmediatos contaban con tiempo suficiente. Entre los mundos visitados por ellos en nuestro sistema planetario, fue escogido el gran satélite de Júpiter por su mayor cercanía, por las condiciones ambientales fáciles de acomodar y dominar, por las fuentes inagotables de fuerza y de energía que la sabiduría de esos hombres descubrieran allá y, también, por encontrarse totalmente deshabitado.

En comparación con nuestro planeta, de tamaño mayor pero mucho más lejano, esas dos facetas resultaron decisivas en la elección de un nuevo mundo, una nueva morada para establecerse, en la que su raza pudiera continuar desenvolviéndose con entera libertad y sin los inconvenientes, molestias y riesgos de todo orden, muy en especial en el campo de la supremacía de niveles evolutivos.

La distancia mayor y la existencia en la Tierra de ese entonces de una humanidad tan primitiva y atrasada en todos los niveles de la Vida, fueron de gran importancia para la decisión final que hizo de Ganímedes la nueva morada de esa raza. Debemos pensar que en tan remotas épocas nuestra humanidad se encontraba en la Edad de Piedra...

En los cien años, más o menos de que disponían los hombres de Munt, se trabajó intensamente en los preparativos de la total evacuación. Aquel sabio rey comunicó todo eso a su colega reinante en el otro imperio. La tradición no explica los motivos que influyeran en los hombres de ese otro reino para no hacer caso a las previsiones de Munt. Tal vez una menor sabiduría que les impidiera comprobar, por ellos mismos, la veracidad de los fenómenos que se gestaban en las entrañas del planeta.

¿Se dejaron, quizá, tentar, por la ambición de ser los únicos dominadores de ese mundo? Sólo Dios lo sabe...

Así pues, en aquel lapso de un siglo, Munt y su pueblo fueron estableciendo bases en el satélite de Júpiter; acondicionando las primeras zonas elegidas para su posterior establecimiento; construyendo la numerosa flota de astronaves en que evacuarían a la gente y a todos los implementos y equipos necesarios para el traslado de su civilización al nuevo mundo...

Cuando se acercaba la fecha prevista, ya en él estaba trabajando, paciente y disciplinadamente, la mayor parte de los habitantes del reino. Cuenta su tradición que el sabio Munt hizo varios esfuerzos por convencer a los gobernantes del pueblo vecino. En la centuria transcurrida habían fallecido muchos de los principales consejeros antiguos de ese país, y el mismo rey era nuevo. La fraterna y sapientísima intervención de los enviados de Munt no obtuvo mayor crédito.

Así llegó el momento en que abandonaron el Planeta Amarillo las últimas escuadras de astronaves, conduciendo el Rey Sabio, a todos los altos miembros de su gobierno y a los postreros pobladores de su vieja patria... Reza la tradición que, algún tiempo después, no más de un mes de los nuestros, llegaron hasta ellos algunas astronaves del otro imperio. Conducían a técnicos y pobladores que habían huido, despavoridos, y que explicaban que en ese planeta se estaban produciendo gigantescos terremotos y explosiones volcánicas nunca vistas; que el terror dominaba en todas partes y que la confusión y el pánico eran generales.

Así las cosas, un día pudieron contemplar, desde su nuevo mundo, cómo aumentaba desmesuradamente el brillo y la magnitud del lejano planeta. El fenómeno aumentaba, el destello cada vez más grande, iba igualando al del sol (fenómeno conocido por nuestros astrónomos como “supernova”) y, peco después, llegaba hasta el satélite de Júpiter un sordo rumor que venía del espacio, como el de una remota y extensa tempestad. El espectáculo sideral duró dos días. Al cabo de ellos, aquel resplandor inusitado y aquellos rumores cesaron por completo. El Planeta Amarillo había desaparecido del firmamento. La sabia predicción del Rey Munt acababa de cumplirse...

Refiere nuestro amigo Pepe que los hombres que en Ganímedes lo están reeducando, le manifestaron que aquel sabio rey alcanzó a vivir dos siglos más. En todo ese tiempo se fueron desarrollando las estructuras fundamentales y las instituciones que habrían de transformar el nuevo mundo, sobre la base de las que tuvieran en el planeta destruido.

Y que todo el pueblo decidió denominar, a perpetuidad, REINO DE MUNT a su nueva morada sideral, como homenaje de amor y de respeto hacia el sapientísimo y bondadoso Maestro y Soberano autor de tan magna proeza...


Si recordamos lo explicado en las dos partes anteriores acerca de varias de las visitas de extra terrestres a la Tierra, como los ejemplos del descubrimiento arqueológico en la Pirámide de Palenque, del “Hombre de la Máscara de Jade” y de su desconcertante sarcófago; los de las pinturas de las grutas de Tassilli, en el desierto de Sahara; los referentes al origen celeste atribuido a los primeros emperadores chinos; y todos los otros ya mencionados, y comparamos las fechas con la tradición que hoy nos viene desde ese “Reino de Munt”, encontraremos la coincidencia en el tiempo y los detalles, hasta ahora enigmáticos, de todos ellos...

¿Fueron fugitivos del Planeta Amarillo el “Hombre de la Máscara de Jade”, Hermes Trismegisto, Zoroastro, los primeros fundadores de la civilización china, y algunos” otros?...

Los hombres de Ganímedes dicen que sí. ¿Podemos nosotros probar lo contrario?... Si no lo podemos probar, tampoco debemos negarlo. Aún más, cuando nos ocupemos de la Religión en ese Reino de Munt, veremos nuevos aspectos y comprobaciones sumamente interesantes acerca de este problema. Ahora, veamos cómo es la organización política, social y económica en ese mundo.

Ya hemos dicho que en él no existen fronteras. Dentro de nuestro lenguaje y según nuestros conceptos, podríamos decir que es una sola nación esparcida en todo un mundo. O, en otra forma, un Estado que abarca a toda la humanidad de ese astro. El Reino de Munt viene a ser como una gran comunidad, verdaderamente fraternal. Algo parecido a lo que fuera, entre nosotros, una comunidad gigantesca de aquellas formadas por las órdenes religiosas. Pero con desarrollo y alcances mucho más vastos.

Un Gobierno central, de tipo teocrático, rige los destinos de ese pueblo, formado por una sola raza. Encabezan el gobierno un Soberano reinante y dos Supremos Regentes, asistidos por un Consejo Supremo que integran diez Grandes Consejeros del Reino. Tanto el Rey como sus dos regentes inmediatos son hombres que han alcanzado la plenitud del desarrollo evolutivo a que puede aspirarse en aquel mundo.

Su sabiduría y poder, en todos los planos de la vida material como en los de la vida suprafísica, llegan a niveles imposibles de comprender por nosotros en la Tierra. Y eso les permite realizar una labor que, entre nosotros, podría asumir los caracteres de semídivinidad. Pueden trabajar, simultáneamente, en los diferentes planos de la Naturaleza; ello los faculta para poder comunicarse y actuar en constante e íntimo contacto con todas las fuerzas y entidades de esos Planos, y por tanto, conocer y mantener estrecha relación con todos los Planos Cósmicos emanados y dirigidos desde el reino central de nuestro sistema planetario, el Sol, que, en verdad, es aquel Reino al que se refiriera Cristo como “EL SUYO”... Esto ha de causar asombro y perplejidad; pe-ro este punto lo trataremos cuando nos ocupemos de la Religión en Ganímedes.

No debe extrañar, entonces, que tales gobernantes impartan una dirección de tan suprema sabiduría y eficacia, y que simultáneamente, sus métodos y su conducta sean la manifestación más efectiva y positiva del Amor Universal, pues trabajan con pleno conocimiento y perfecta aplicación de cuanto entraña la Ley Cósmica del Amor, lo cual también explicaremos después, al tratar de la religión.

Dentro de la filosofía, de la doctrina y práctica del gobierno, la trilogía conformada por el soberano y sus dos regentes, recuerda y simboliza la Trinidad de Elementos en el Cosmos: Espíritu, Materia y Energía. El Rey es, al mismo tiempo, Jefe Supremo del Estado y Sumo Sacerdote, o cabeza visible de lo que, entre nosotros, conocemos o entendemos por “Iglesia”.

La sucesión al trono en el Reino de Munt no es hereditaria ni electiva: se verifica por un estricto y minucioso proceso de selección. En un mundo como ése esto es posible sin el menor riesgo de error o de injusticia. El Soberano, por sus facultades y poderes especiales, conoce con gran antelación, la época y la fecha en que habrá de desencarnar. Escoge, minuciosamente, a quienes serán durante cierto tiempo sus dos regentes. Esto se hace, siempre, dentro de los demás miembros de su Gran Consejo, los que a su vez, han sido elevados a tan alta posición, a través de muchos años de trabajo y de esmerada selección en escalones sucesivos encargados de la administración general de aquel Estado.

Puede pensarse, con la suspicacia y malicia tan extendida en la Tierra, que tal sistema genere favoritismos, acomodos, adulación, postergaciones injustas, intrigas y luchas, rencores, y cuantas formas conocemos de perseguir el favor de los poderosos o para obstaculizar el progreso de un rival... Eso sucede en la Tierra, por nuestro atraso en la Evolución, en el Sendero de la Vida, en este mundo de cinco sentidos y de potente influencia de la Región Inferior del Astral o Cuarta Dimensión...

Pero en Ganímedes, o Reino de Munt, todo eso es imposible. Desde las remotísimas edades en que llegaron a alcanzar el sexto sentido, llegó a desarrollarse, entre ellos, el Sistema de la Selección Perfecta, de la justa promoción por el trabajo, la ciencia y la moral de cada uno. Ya hemos dicho que en un mundo en donde no se puede ocultar nada, ni los propios pensamientos; en que no es posible desfigurar, tergiversar o encubrir la verdad, nadie puede pretender lo que no le corresponda, aspirar a lo que no merezca, ni favorecer u otorgar injustamente nada...

Comprendemos que todo esto puede parecer una utopía, un absurdo fruto de la imaginación o del idealismo, ingenuo, de un escritor. No dudamos que la mayoría pensarán de tal modo. ¿Cómo puede pretender tan bellas realidades, tan elevados niveles, una humanidad que pese a sus notables conquistas en el orden científico y técnico, vive aún en estados tan deprimentes de moral, de psiquismo y de espiritualidad?

Pero la presencia de los OVNIS es un hecho real. Todo lo que venimos explicando se basa en hechos comprobados por diversas disciplinas científicas, por escuelas que existieron y existen aunque los ignorantes las desconozcan; corroborados a través del tiempo y en diferentes lugares de la Tierra por otros tantos hechos históricos que la arqueología ha comprobado.

Todo ese conjunto de pruebas nos habla de un mundo superior al nuestro, de una humanidad más poderosa y sabia que la nuestra; y ahora el destino quiere mostrarnos cómo vive esa humanidad y cómo existen otros niveles de vida que no por ser todavía ignorados por la gran mayoría de este mundo, han llegado a ser conocidos ya por muchos...

Continuando con el tema de este capítulo, debemos explicar que la sucesión al poder supremo en ese reino se decide con bastante antelación a la fecha en que terminará la existencia material del Soberano. Se ha dicho que sus dos colaboradores inmediatos, los Regentes, habiendo subido, peldaño por peldaño, los diversos niveles administrativos del reino, alcanzan la máxima expresión que la vida en ese mundo puede ofrecer, junto al Soberano.

Este, a su debido tiempo, designa entre ellos al que lo sucederá. Debe tenerse en cuenta que esa trilogía gobernante, al detentar la máxima sabiduría y poder en la variedad de planos cósmicos en que trabaja al llegar a tan altos cargos, domina también el secreto de la longevidad. Y de tal suerte el futuro soberano es preparado adecuadamente para asumir su puesto en cuanto muera en el mundo físico el cuerpo inferior de su antecesor. Pero ya explicamos anteriormente cómo es el fenómeno y de qué manera esa humanidad sigue comunicándose y conviviendo en la Cuarta Dimensión con los Egos desencarnados.

Así el anterior Rey sigue ayudando y asistiendo al nuevo, durante un tiempo, en todos los problemas en que éste lo requiera.

Los puestos de Regentes y de Grandes Consejeros del Reino, son vitalicios, por la misma razón de haber sido seleccionados, progresivamente, entre los más capacitados para ellos de toda la población. Cada uno de los diez Grandes Consejeros encabeza, como jefe superior, un Consejo Funcional integrado por diferentes grupos de asesores administrativos, y entre aquellos se reparte la atención, dirección, y control general de todas las actividades del país, o en este caso, mundo. Para ello todo el territorio está dividido en gobiernos comunales urbanos encargados de atender lo correspondiente al desarrollo de la vida en sus diferentes aspectos en la respectiva zona.

Estos son los valles a que nos referimos en capítulos anteriores.

En la intrincada red montañosa que cubre toda la superficie del astro, las múltiples planicies encerradas entre las estribaciones de tan complicado sistema orogénico son los centros de actividad humana del reino. En cada valle se asienta una ciudad, más o menos grande según las áreas disponibles, con su correspondiente zona agrícola y el respectivo sistema hidráulico proveniente de un reservorio natural o artificial que abastece de agua a dicha región.

Cada valle constituye, además, un centro de producción industrial, y está regido por uno de aquellos gobiernos comunales, integrados a semejanza del gobierno supremo central por un gobernador, dos subgobernadores y un comité ,o consejo administrativo, cuyos miembros dependen de la importancia que pueda tener el territorio bajo su mando.

Estos gobiernos comunales tienen bastante parecido con nuestras municipalidades; pero sus alcances, atributos y poder son mucho mayores, pues en ellos abarcan el control general de todas las actividades de su región, siendo dependientes y responsables, a su vez, ante el Supremo Consejo del Reino, por intermedio de los grandes consejos funcionales que ya hemos mencionado, según sean los asuntos a resolver.

La economía general de ese pueblo depende exclusivamente del Estado. La planificación, organización y desarrollo de todas las formas de trabajo y producción son absolutamente estatales.

Todas y cada una de las diferentes actividades en que se desarrolla la vida en ese mundo son minuciosamente estudiadas, planificadas, estructuradas, dirigidas y controladas por organismos del Estado, enfocándolas hacia el más perfecto y amplio fin de asegurar a todos el mayor bienestar, la satisfacción total de sus necesidades y el desenvolvimiento de una existencia exenta de preocupaciones, en un nivel de vida que garantice la dignidad más elevada, la armonía más completa y la paz del espíritu y del cuerpo tan cabalmente equilibradas, que de todo el conjunto se derive la felicidad colectiva y personal del pueblo.


Cómo funciona ese régimen

Para una mejor comprensión tomaremos un ejemplo del desarrollo esquemático de la vida de cualquier habitante de Ganímedes. Desde el momento en que la futura madre va a dar a luz al hijo o hija, al ser internada en el centro de salud correspondiente, deja de trabajar en sus obligaciones laborales. Debe tenerse en cuenta que todos, sin excepción, trabajan para el Estado. En el Reino de Munt no existe ninguna forma de trabajo particular.

Todas las ocupaciones, todas las actividades, por más variadas que sean, se desenvuelven dentro de organismos pertenecientes al Estado. Así, cualquiera que fuere la ocupación de una mujer, cuando va a tener su primer hijo entra en un nuevo régimen de vida: el de la maternidad y atención de su hogar. A este respecto conviene resaltar que en ese mundo el concepto del hogar, de la familia y de la maternidad son elevadísimos. No es extraño, por tanto, que lo que nosotros llamamos “ciudad capital”, o capital de una nación, tenga allá un término equivalente a “matriz” o ciudad madre de todo el reino. Esto lo veremos con más detalles, después.

Cada zona urbana cuenta con uno o más centros de salud, según sea el volumen de la población. En ellos la atención y todos los servicios son enteramente gratuitos. Ahí la parturienta es rodeada de los más esmerados cuidados pre y post natales. Al retornar a su hogar puede dedicarse con toda tranquilidad a la crianza y educación del niño que acaba de nacer. Ya explicamos, en el capítulo referente a la cultura, que los primeros siete años de instrucción básica transcurren en el hogar bajo la dirección exclusiva de los padres, especialmente de la madre.

Durante ese tiempo, ésta recibe del Estado todo lo necesario para sí y para su hijo. Esto no quiere decir que se prescinda del padre. Este trabaja, como siempre, en su ocupación normal, recibiendo también del Estado cuanto le sea menester para su vida diaria y la de su familia; pero como ya hemos dicho que tanto los hombres como las mujeres trabajan por igual, y todo el mundo lo hace para el Estado, en el período básico de instrucción y educación infantil, la madre es considerada “maestra” del niño. Debe tenerse en cuenta lo ya explicado anteriormente.

En el Reino de Munt la totalidad de sus habitantes reciben la más completa enseñanza. Todos, hombres y mujeres pasan por el mismo proceso que describimos en el capítulo anterior; por tanto, cada madre está capacitada para ser, al mismo tiempo, la profesora de sus hijos, y esto es muy apreciado por los sabios dirigentes de ese mundo en que tanto valor e importancia se da a la conformación moral, intelectual, mental y psíquica del ser humano.

Ello contribuye, además, a reforzar los vínculos de amor, de comprensión y mutuo respeto de todos en el seno de la familia, considerada en Ganímedes la célula sustancial y básica de la sociedad humana, fundamento en que están cimentadas todas sus instituciones. Ese concepto familiar, podíamos decir patriarcal, domina en todos los aspectos de la vida en el Reino de Munt, extendiéndose desde el hogar particular hasta los supremos niveles del Estado. La familia es sagrada para ellos.

Desde la constitución de los hogares, todo su desarrollo y evolución merecen el cuidado especial de todos los organismos estatales, porque del seno de la familia, como un crisol de mágicas propiedades, deben salir todos los seres que encarnen en ese mundo con las hermosas cualidades, con la superación moral requerida en aquella sociedad, con la educación necesaria para el absoluto dominio de las bajas pasiones provenientes de la influencia que en la cuarta dimensión ejercen las fuerzas negativas del Plano Astral o del Alma.

Y a ese fin se encamina, principalmente, aquel primer período de enseñanza para el que se considera el mejor ambiente el seno del propio hogar.

El nuevo ser dispone, así, de cuanto le sea necesario para aprender a vivir en un mundo tan elevado. Y cuando llega a la edad de ingresar a la segunda etapa, la “shamática”, todo se lo proporciona gratuitamente el Estado. No es separado de los suyos. Recibe la instrucción en centros apropiados, pero permanece viviendo en su hogar.

Sólo cuando llega la tercera etapa, o de especialización, habiendo superado ya la adolescencia, ingresa en centros de instrucción superior, igualmente del Estado, en los que se mantiene el mismo régimen de gratuidad absoluta y en los que vive junto con los demás discípulos, aprendiendo al mismo tiempo que las materias requeridas por una alta especialización, la rígida disciplina que observan en toda su vida, los habitantes de ese reino, y la íntima y estrecha confraternidad que une a todos los seres de ese mundo.

Llegado el momento en que tendrá que trabajar, como todos los habitantes, hombres o mujeres, el Estado lo coloca en el puesto para el que fue capacitado. Desde su ingreso, tiene asegurada su vida hasta el día, lejano, de su muerte física.

Desempeña sus labores, en cualquiera ocupación que sea, sin recibir ni pretender salario, sueldo o remuneración específica de ninguna clase, porque el Estado le proporciona cuanto necesite para subsistir: vestuario, alimentación, vivienda, comodidades, transporte, distracciones, viajes de placer, servicios asistenciales de todo orden, comunicaciones, etc., están al alcance de todos, en la medida en que los necesiten, en ese intercambio magistral entre el trabajo de cada uno para el Estado, y la retribución de ese trabajo por el Estado, proporcionando a todos y cada uno cuanto le sea menester para el desenvolvimiento de una vida feliz en los más altos y amplios niveles, de los que no tenemos en la Tierra ni la más remota idea...

A este respecto cabe señalar un detalle singularísimo de aquella civilización: en el Reino de Munt no existe el dinero... Esto puede parecer absurdo para una humanidad como la nuestra. Aquí, el dinero es imprescindible para todo. Porque sin el dinero no se puede comprar ni vender nada. Nuestro mundo está encausado hacia el comercio. El comercio domina todos los aspectos de la /ida terrenal, hasta los altos niveles de las relaciones internacionales. Y en un mundo dividido en multitud de Estados, la moneda es imprescindible para el intercambio comercial y el desarrollo económico de los pueblos.

Aún más, el comercio ha constituido una de las palancas más poderosas de nuestra civilización, llegando a motivar los más terribles enfrentamientos en todos los niveles, desde el íntimo y pequeño de las familias, hasta el grande de las naciones y los pueblos todos del mundo, que luchan constantemente por los mercados y las esferas de influencia, generando los conflictos y las guerras.

El comercio ha favorecido mucho el progreso material de nuestra humanidad; pero acostumbrando a los hombres de la Tierra a medir todo en términos de moneda, a negociarlo todo para el usufructo de una riqueza material, en esa escuela que nos enseña que todo se puede vender y comprar, se ha llegado, en todas las épocas y en todos los niveles hasta el extremo, muy común por cierto, de negociar con el honor, con el alma y la conciencia...

En Ganímedes no se compra ni se vende nada. Desde la más tierna infancia aprenden todos, como axioma, que todas las cosas materiales de ese mundo, que todos los bienes, frutos y productos pertenecen, por igual, a todos los habitantes del reino. Ellos los producen y elaboran, y el Estado los administra y reparte, equitativa y sabiamente, para la perfecta satisfacción de todos y cada uno de ellos. Y no existiendo allá división de pueblos.

Siendo una sola humanidad, un sólo pueblo, un sólo Estado mundial; no existiendo el comercio como acá lo conocemos, la moneda, o el dinero, no tiene razón de ser, porque la adquisición de cuanto se requiera para satisfacer las más amplias y variadas necesidades, desde los más diversos elementos vitales hasta los más pequeños y frívolos, es proporcionado por los múltiples organismos estatales, que planifican, dirigen, almacenan y distribuyen toda la producción mundial entre todos sus habitantes, dentro de un sistema en que basta ingresar en alguno de los múltiples establecimientos de todo orden, reunir la mercadería que se busca y presentar en el sitio de control la ficha identificatoria.

En ésta, constituida por un material y por un proceso similar al que describimos en el capitulo de la cultura, figuran todos los datos concernientes a la persona y centro de trabajo a que pertenece. Tal ficha es introducida en una pequeña máquina y al instante se tiene la reproducción de la ficha en una cinta que, en tres ejemplares, incluye la relación completa de la mercadería llevada. Un ejemplar es entregado al cliente, otro se remite a la correspondiente central controladora y el tercero queda en los archivos del almacén.

El mismo procedimiento se sigue en todas partes, exceptuando los servicios de transporte, comunicaciones, suministros de energía y fluidos hogareños, que se obtienen libremente y sin ningún control personal, por ser de uso común para todos los habitantes del reino.

Antes de terminar este capítulo, debemos anotar algo más sobre la constitución social de esa raza. Continuando con el ejemplo del nombre que llegó hasta la etapa de trabajo, es corriente que los hijos continúen viviendo al lado de sus padres hasta formar un nuevo hogar. Hemos dicho cómo se destaca y se magnifica la familia, elevándola a los más altos conceptos en esa humanidad. De tal manera, la elección de cónyuge es también cuidadosa y sabiamente enfocada.

El absoluto dominio del cuerpo astral o alma, por el conocimiento y trabajo consciente a través del sexto sentido, permite a todos superar las comunes manifestaciones del instinto sexual, que en la Tierra llegan hasta niveles inferiores a los animales. En los jóvenes de Ganímedes cuando alcanzan la etapa de la pubertad, ya han obtenido toda la instrucción, en los diferentes planos a que tienen acceso por su sexto sentido, para poseer el más claro discernimiento y la fuerza volitiva y mental suficientes para proceder equilibrada, científica y armoniosamente en ese campo.

La unión del hombre y la mujer tienen allá un elevadísimo concepto. Sus especiales condiciones eje clarividencia los alejan de lodos los errores tan comunes en la Tierra en materia sexual. Y siendo el hogar y la familia verdadera mente sagrados en ese mundo, esa unión siempre se realiza por amor y con la bendición de los padres, de la Religión y del Estado.

Cuando dos jóvenes se conocen y simpatizan, su mutua clarividencia les evitan las necias posturas de los principiantes de la Tierra. La recíproca atracción de dos almas destinadas a juntarse está presente en el pensamiento de ambos. Huelgan los rodeos y las hipocresías. El engaño y la falsedad no pueden existir. El amor se manifiesta espontáneo, en toda la amplitud de dos almas que se ven y que se entienden. Y como la educación y la alta moral alcanzadas en ese mundo serían incompatibles con los múltiples desvíos, subterfugios y aberraciones tan comunes entre los seres de este mundo, al tratarse, comprenderse y amarse con la más elevada pureza de pensamiento, para su unión carnal sólo necesitan el cumplimiento de los pequeños requisitos que esa sociedad establece para el matrimonio.

Como en todo, allá también se facilita cuanto es preciso para la felicidad de los enamorados.

Jamás cabe la oposición familiar. La superación moral y fraternal reinante entre ellos, los alejó hace miles de años de las mezquindades y torpezas que muchos padres de la Tierra cometen. La lectura del pensamiento y la visión permanente de la cuarta dimensión evidencian, desde el principio, sí una pareja está capacitada para unirse dentro de los mejores augurios. Esto lo conocen, personalmente los mismos novios desde el primer momento. Todo lo demás se facilita lógicamente. Acordado el enlace, este es comunicado a las respectivas autoridades, civiles y religiosas.

Se llenan los trámites pertinentes para la constitución del nuevo hogar y se realiza el matrimonio en conformidad con las prácticas litúrgicas y legales que la tradición establece desde la más remota antigüedad. Nada cuesta nada, ni a los novios ni a sus padres. El Estado, como siempre, proporciona cuanto es necesario.

La ceremonia nupcial es igual para todos los habitantes del reino: sencilla, amorosa, rodeada por el afecto de parientes y amigos, como entre nosotros; pero sin afectación de vanidad, sin distingo de clase, porque allá no existen diferencias de nivel social, y dentro del marco de una hermosa ceremonia en que se reúne lo material, lo psíquico y lo espiritual para la bendición efectiva, no ficticia como en la Tierra, sino materializada con la presencia efectiva de grandes entidades cósmicas, según detallaremos al tratar este punto en el capítulo de la religión.

Desde el momento en que se realiza el matrimonio, los nuevos esposos cuentan con una nueva vivienda, con todo el mobiliario, enseres de confort y equipos de higiene y para la alimentación, proporcionados por el Estado, en donde podrán instalar su nuevo hogar al regreso de una etapa de descanso y de viaje nupcial en que todo se les ha facilitado por el mismo sistema ya descrito anteriormente.

Ha nacido una nueva familia, y el ciclo se repite, para todos, a través de la sabia y paternal organización de ese reino de superhombres...