El Grial y el secreto de Kayona

Por Ricardo González

Existe la posibilidad de que un importante objeto de poder, probablemente vinculado a la leyenda del Santo Grial, haya llegado a tierras australes e incluso antárticas. ¿Es esto posible? Las primeras teorías al respecto se surgieron en la Patagonia. Luego aparecieron diferentes publicaciones sobre nazis en Argentina y Chile buscando la presunta copa que tuvo Cristo en la última cena en esas frías tierras. Posteriormente aparecieron fotografías de supuestas banderas nazis abandonadas en la Antártida como el mudo testimonio de un intento alemán por hacerse de un objeto que, por razones desconocidas, se hallaba oculto allí. Era demasiado alucinante como para tomarse en serio la historia. Sin embargo, una serie de experiencias personales, viajes a la Patagonia, e investigaciones in situ, nos hicieron considerar que había al menos más polvo debajo de la alfombra.

La Ciudad de los Césares y la Patagonia misteriosa

Supuestamente, bajo el manto blanco de la Antártida, se encontraría una ciudad perdida atrapada en los hielos. Sería más antigua que cualquier yacimiento arqueológico que el hombre conozca en la Tierra. Sólo a través de la experiencia de contacto extraterrestre conocemos su presunto nombre: Kayona. Esta antigua ciudad habría estado conectada a través de túneles subterráneos con otros enclaves que hoy se encuentran diseminados en el sur de América. Se dice, incluso, que la teósofa Madame Blavastky conocía ese entramado de túneles secretos gracias a un mapa que se le entregó en un viaje que hizo al Perú: Sudamérica estaría atravesada por muchos de estos pasillos y galerías intraterrenas que otrora unían el continente con Antártida. Al parecer, la clave estaría en el extremo sur del mundo. No en vano, Juan Moricz, el famoso explorador de la Cueva de los Tayos en Ecuador, inició sus investigaciones en Tierra del Fuego y la Patagonia argentina. Sin duda, el investigador del mundo subterráneo había rastreado los vestigios de una ciudad perdida de indócil acceso en esas regiones. ¿Qué buscaba Moricz? ¿Qué conexión podría haber con la presunta ciudad oculta de la Antártida?

Se cuenta que en el Siglo XVI el conquistador Juan Días de Solís escuchó hablar de una “sierra de plata” y de un “famoso Rey Blanco” en algún lugar al sur de la Argentina.
Se cuenta que en el Siglo XVI el conquistador Juan Días de Solís escuchó hablar de una “sierra de plata” y de un “famoso Rey Blanco” en algún lugar al sur de la Argentina.
Se cuenta que en el Siglo XVI el conquistador Juan Días de Solís escuchó hablar de una “sierra de plata” y de un “famoso Rey Blanco” en algún lugar al sur de la Argentina. Se trataba una vez más del fabuloso tesoro de los incas, tan perseguido por la conquista desde la leyenda de El Dorado en Colombia o la perdida Paititi en Perú. En esta ocasión, se afirmaba que aquel tesoro había sido entregado a los aborígenes del territorio argentino. Pero los indígenas dieron vagas noticias de ese presunto tesoro a los recién llegados españoles. ¿Fue entonces un mal entendido? ¿Una especulación? Analizando las primeras fuentes de este enigma, conocemos que Sebastián Caboto construye un fuerte sobre el río Carcarañá y remonta el río Paraná esperando encontrar algún informe del grumete Francisco del Puerto sobre esa “ciudad del oro” y su “sierra de plata” que había mencionado la expedición de Solís.

De regreso, y sin mayores noticias, la historia dice que Caboto envía al Capitán Francisco César con otros soldados a remontar el río Carcarañá y de allí el actual río Tercero, que nace en las sierras de Calamuchita, con la intención de dar finalmente con la ansiada región de tesoros. Este capitán, según cuenta Ruy Díaz de Guzmán en la “Historia Argentina del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata” salió en 1526 de Sancti Spiritu ―a orillas del río Paraná― e hizo una entrada a través de unas cordilleras, hallando “gente muy rica en oro y plata” quienes fabricaban ropa muy bien tejida con base en lana de camélidos andinos. ¿Se trataba de algún clan inca que se había refugiado allí? Como fuere, cargado de presentes, César regresó al fuerte de donde partió, el cual halló para su sorpresa destruido. Frente a esto, decidió movilizarse tras largo peregrinar hasta el Cusco, la antigua capital del Imperio Inca. Obviamente, hay varias interpretaciones sobre este viaje de César a la antigua ciudad sagrada andina.

Pero no todos los estudiosos aceptan la teoría del “clan inca” en Argentina. Algunos piensan que aquellos extraños pobladores de la ciudad que halló la expedición de Francisco César eran tan sólo náufragos de la expedición de Simón de Alcázaba, que habían sido abandonados en el Estrecho de Magallanes. ¿Y qué hacían con tanto oro y plata? La discusión ha continuado hasta el día de hoy, y se ha perdido en las brumas del tiempo al no hallar datos concretos que permitan correr ese velo de misterio. ¿Por qué la leyenda habla de una ciudad perdida en la Patagonia argentina?

Aquella presunta ciudad encantada, que ha sido y continúa siendo buscada por diversos exploradores, fue conocida por distintos nombres en aquella época, entre ellos: “Ciudad del Rey Blanco”, “Sierra del Plata”, “Ciudad del Oro”, “Trapalanda” y “Lin Lin”. Entre todas sus denominaciones, quedó la de Ciudad de los Césares, en honor a su principal explorador, Francisco de César. Desde entonces, la leyenda ha descrito un paradisíaco paraje patagónico donde se asentaba el enclave secreto, repleto de tesoros antiguos y metales preciosos. Algunas versiones la ubicaban en un claro del bosque, otras en una península, y algunas incluso dicen que se halla en el medio de un gran lago, contando con un puente levadizo como único acceso. Obviamente, los historiadores ven en esta leyenda un intento de la corona española por impulsar la colonización de las tierras de América del Sur, que si bien eran importantes en términos estratégicos, eran muy peligrosas y no resultaban tan atractivas a los ojos de los conquistadores como los territorios del Perú.

La Ciudad de los Césares, sin exageración alguna, llegó a convertirse en un verdadero mito de la conquista, al igual que Paititi o la leyenda de las “Amazonas”, las mujeres guerreras. No olvidemos que el propio refundador de la ciudad de Buenos Aires, Juan de Garay ―el último adelantado del Río de la Plata― quiso también encontrarla, pero la muerte le impidió concretar su sueño. Y es que existen numerosas descripciones de la “Ciudad de los Césares”. Incluso no faltan testigos que bajo juramento, declaran las maravillas que de ella han presenciado. Lo poco que dice la historia es ello. Más datos hallamos en antiguos relatos de indios del sur de Chile y Argentina que hablan de una ciudad mágica en la Patagonia, que es “física” y “espiritual”. Algunos de estos grupos sugieren que el Cerro Corona, en la desértica meseta de Somuncurá, es un “buen lugar” para conectar con ese misterio. ¿Es acaso una “entrada” o “portal” a la mítica Ciudad de los Césares”? Curiosamente, para los investigadores del Grupo Delphos, con el Ingeniero Flugerto Martí a la cabeza, Sumuncurá fue el lugar donde llegaron los caballeros templarios trayendo una sagrada reliquia, en tiempos muy anteriores a Colón.

Esa reliquia sería el Santo Grial, y aquí entramos en un tema aún más enrevesado.

¿El Grial en América del sur?

Montségur es un castillo lleno de misterios desde que se convirtió en fortaleza-santuario del catarismo.
Montségur es un castillo lleno de misterios desde que se convirtió en fortaleza-santuario del catarismo. Numerosas historias en el transcurso de los siglos lo relacionan con el tesoro de los cátaros, misterios espirituales, cultos solares... Lo que sí parece estar comprobado es que fue construido por la Iglesia cátara, sirviendo de refugio para los perseguidos, y que se convirtió en el último refugio de los cátaros hasta el 1244, año en que las fuerzas armadas del papa y la monarquía francesa atacaron el castillo. Sus enemigos lo denominaban la «Sinagoga de Satanás» o el «Vaticano de la Herejía».
De primer impacto suena en extremo descabellada esta posibilidad. Pero existen indicios que apuntan a que el cáliz de Cristo podría haber terminado finalmente en América del Sur, concretamente en la Patagonia.

Cuando visitamos por primera vez el castillo de Montsegur, en el sur de Francia ―el antiguo enclave de los Cátaros en el siglo XIII― nos preguntábamos dónde se habría ocultado aquel objeto sagrado que cuatro miembros de aquella comunidad espiritual cristiana pusieron a salvo al escapar de la persecución religiosa y política que les condenó, literalmente, al fuego. Todos fueron quemados al pie del castillo. Se cuenta que quienes huyeron a través de las gargantas de la Frau ―el cañón que se abre a un lado del impresionante castillo de piedra construido en lo alto de un gran risco― pusieron a salvo la copa que Cristo empleó en la Ultima Cena. Si fue así, ¿Qué ocurrió luego con la copa? ¿Por qué es tan importante?

La leyenda de los Cátaros

La tradición cristiana recuerda claramente el momento en que el centurión romano Longinos, montado a caballo, empuña su lanza para clavarla en el costado de Jesús, durante el momento cumbre de la crucifixión. De la herida abierta, brotará sangre y agua que José de Arimatea, discípulo secreto de Cristo, recogerá según el relato a los pies del Maestro con la mismísima copa que se utilizó en la Última Cena (no olvidemos que ésta se había celebrado, precisamente, en la casa de José de Arimatea). Luego, se dice que José, para proteger el contenido de la copa, la cubrió con un “plato de plata” o Argentum, y que luego de la resurrección y ascensión de Jesús a los cielos, “en cuerpo y alma”, emprendió un largo viaje con el apóstol Felipe, María Magdalena, Nicodemo, y un grupo de cristianos, llevando con ellos la copa y el plato de plata hasta arribar a lo que actualmente es el sur de Francia ―otros autores hablan de Britania―.

Un detalle poco conocido, es que antes de partir, José habría visitado la Península del Sinaí, donde habría dejado el contenido del hoy llamado Santo Grial ―o “Sangre Real”― a manos de los misteriosos Maestros de la Hermandad Blanca del Horeb. Como sabemos, hace unos 3.000 años Moisés recibió en lo alto de esa montaña las indicaciones para construir la misteriosa Arca de la Alianza, en donde se debería proteger el “Testimonio de la Alianza” como parte de un Plan Divino. ¿Se trataba de la sangre de Cristo? Si nos atenemos a las palabras de Jesús en la Última Cena, cuando precisamente tomando el cáliz pide que “beban de su sangre” puesto que ella simbolizaba la “Nueva Alianza que será derramada para el perdón de los pecados” (Mateo 26:28) es sugerente relacionar el tesoro del Arca perdida con Su sangre, tal como lo sostuvo el reconocido arqueólogo Ron Wyatt.

Desde que el Arca de la Alianza desapareció súbitamente del Templo de Salomón en el siglo IX a.C., el depositario sagrado habría permanecido allí, en las entrañas del Sinaí, por siglos y siglos. José de Arimatea, como iniciado en contacto con los Maestros de antiguo, tuvo acceso a este misterio del Sinaí para dejar en el Arca la sangre de Cristo, que debe ser protegida hasta el “fin de los tiempos”, cuando se produzca la segunda venida. Frente a todo esto, es interesante descubrir que el Horeb (monte Sinaí), al margen de la historia de Moisés, ya era un punto de contacto conocido por los iniciados. Incluso se cuenta que Elías ―el mismo personaje que abandonó el planeta en un “carro de fuego” según la Biblia― pasó un tiempo viviendo en unas “cuevas secretas” en la mismísima montaña; esas cuevas no son otra cosa más que las puertas de ingreso al mundo interno de los Antiguos Guardianes. En un viaje que realizamos al Sinaí, escuchamos de boca de uno de los monjes ortodoxos del Monasterio de Santa Catalina ―que se ubica precisamente en las faldas de la montaña de Moisés― la afirmación de que “ellos sabían que el Arca estaba enterrada bajo las instalaciones de su monasterio”...

Volviendo al relato del Grial, José de Arimatea conservará la copa, ahora vacía, luego de entregar su contenido a los Sabios del mundo interior que depositaron el legado genético de Cristo al interior del Arca de la Alianza, puesto que el depositario sagrado habría sido construido al pie del Sinaí, milenios antes de la muerte de Jesús, para que el “testimonio de la alianza” se mantuviese incólume. Luego, como vimos anteriormente, José de Arimatea proseguirá su viaje con la copa al sur de Francia para mantenerla a salvo.

El hecho que se halle vacía, sin la sangre del Maestro, no quiere decir que la copa como tal carece de importancia alguna. En verdad, la copa no es de oro ni de madera, sino de piedra, posiblemente hecha de un betilo o meteorito. O quizá ―¿por qué no?― hecha de una esmeralda o piedra de poder color verde brillante. Por ello las viejas leyendas del Santo Grial afirman que “cayó una esmeralda del cielo” y de ella se hizo una copa. Como fuere, sabemos que habría sido la misma copa con la cual Melquisedec bendijo a Abram ―llamado después Abraham―, como si el sagrado recipiente hubiese estado pasando, de mano en mano, durante tiempos inmemoriales, hasta llegar a Jesús cuando era sólo un bebé gracias a la visita de los misteriosos “Reyes Magos”. Su trascendencia, no obstante, estriba en que sin la copa, nadie puede acceder al Arca de la Alianza. Por ello José de Arimatea separó la copa ―la llave― de su contenido ―el ingreso a otra realidad― que actualmente se halla intacta en el interior del Arca sagrada. Aquí debemos decir que la sangre de Cristo contiene importante información genética y memoria de luz (por un fenómeno de impregnación durante Su vida) de cómo un ser humano pudo alcanzar la “Consciencia de la Esencia” a través de la manifestación suprema del amor: el perdón consciente. Por ello, la Sangre Real constituye el tesoro espiritual más trascendente que protege la Hermandad Blanca en la Tierra.

Bien, ésta es parte de la información que encerraría el Grial. Pero es sólo una interpretación, muy esotérica desde luego, y que aún no conecta con el misterio de la Antártida y la Patagonia.
Fuente: legadocosmico.com


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